EN un entorno político global convulso, la llegada a la Casa Blanca en un par de semanas del nuevo presidente de los Estados Unidos augura un largo periodo de incertidumbre hasta que se contrasten los límites de sus iniciativas, muchas de ellas extemporáneas y que transmiten una preocupante mezcla de desconocimiento, prejuicio e improvisación. Es evidente que la política interna norteamericana se va a ver convulsionada, pero también la situación internacional. Detrás del impulsivo proceder de Donald Trump en ese campo, con un maniqueísmo que vuelve a dividir el mundo en buenos aliados, con independencia de sus actos, y satánicos enemigos, hay poco más que sus propios prejuicios. Desde luego, no alternativas. El magnate adalid del liberalismo económico se erige ahora en defensor del proteccionismo y cuestiona no ya la eventualidad de un acuerdo de libre comercio con Europa, sino su retirada de los vigentes con Canadá y México o los países del Pacífico. El temor a que su concepción de la economía mundial siga asociada a sus propios intereses económicos no es menor y tiene argumentos para ser tenida en cuenta puesto que nada hace pensar que el multimillonario vaya a ser capaz de desenvolverse al margen de ellos. Mientras algunos aplauden el éxito de su ultimátum a General Motors, lo cierto es que el freno de la multinacional del automóvil a su inversión en México no garantiza empleos de calidad en Estados Unidos. Quizá lo más preocupante de todo es que el suyo está siendo un proceder meramente ideológico y no estratégico. Trump no está mostrando un plan transformador sino que da rienda suelta a sus filias y fobias. Como ejemplo, la primera gran batalla legal que se avecina: el sistema sanitario implantado por Obama. Imperfecto, es cierto que la fórmula de cobertura ha encarecido los seguros privados, pero también que su suspensión volvería a dejar sin ella a 30 millones de estadounidenses, sin contar a los menores de 26 incluidos en las pólizas de sus progenitores. Trump ha hecho de su rechazo al modelo un símbolo y anuncia que lo derogará en cuanto asuma la Presidencia. Pero, y esto es lo más preocupante, mientras los republicanos maniobran para poder derogarlo sin la mayoría legal necesaria, ni siquiera han dedicado un minuto a elaborar un sistema sanitario alternativo.
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