Aznar y Rajoy
En la cumbre de las Azores (Portugal) el día 16 de marzo, Bush, Blair y Aznar acordaron que, salvo que se produjera un cambio, la vía de Naciones Unidas estaba agotada. Presentaron su ultimátum como “una última oportunidad para la paz”. Aznar quedó marcado por una decisión: meter a España en la guerra de Irak. En el Gobierno, talante moderado y dialogante cuando está en minoría y rodillo implacable con mayoría absoluta. Aznar consiguió albergar bajo la sigla del PP a un amplísimo espectro político y social. El PP ha concentrado el 95% del voto del centro y la derecha no nacionalista. Por qué en España no ha aparecido una fuerza populista de extrema derecha como en el resto de Europa y esa permanente ley del embudo (la parte ancha para mí, la estrecha para ti). Cuando Aznar designó a Rajoy, eligió al más opaco, el que menos brille; de tal forma que se sitúe en un sillón de poder con el propósito de manejarlo con mando a distancia... Se ocupará en primer lugar de liberarse de la tutela de quien lo puso ahí. Luego vienen las traiciones y los desencuentros y pasa lo que pasa. Preguntado por las conclusiones del informe Chilcot el presidente del Gobierno en funciones se ha amparado en que no ha leído el documento y en que solo podrá opinar cuando lo haga, Mariano Rajoy, que formaba parte del gabinete de Aznar cuando se decidió la intervención, rehusó opinar sobre las mismas. “Ocurrió hace trece años”, dijo Rajoy. En el Congreso a la vista de que ese informe, que el Gobierno del que él formaba parte pactó con el británico que “estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra”.