EL dato es tan elocuente que apenas necesita interpretación: doce meses después del compromiso al que llegaron en septiembre de 2015 los Estados miembro de la Unión Europea para reubicar, en el plazo de dos años, a 160.000 personas refugiadas en Grecia e Italia y a 20.000 más procedentes de Turquía, Líbano y Jordania, los acogidos no llegan a 14.000, apenas el 7%. Pero a la inhumana inanidad de la UE, de los Estados que la componen, capaces de ignorar derechos fundamentales y compromisos internacionales históricos como los Convenios de Ginebra de 1949 y los protocolos adicionales en materia de refugiados, se le puede añadir ota cifra, otro porcentaje: solo en el segundo trimestre del año, de abril a junio, 305.700 personas han solicitado el estatuto de refugiado en un país de la UE y de ellas 175.100, más del 57%, son originarias de Siria (90.500), Afganistán (50.300) e Irak (34.300), procedencias sumidas en cruentos y prolongados conflictos bélicos -a los que algunas potencias de la UE no son ajenos- que por sí solas avalan, en virtud de esos protocolos de Ginebra, la concesión del estatuto y, por tanto, la acogida. O aún otra cifra más, proporcionada por el propio presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker: en África hay 60 millones de refugiados o desplazados y solo en la frontera de Libia 225.000 personas esperan a cruzar el Mediterráneo, donde en lo que va de año se han contabilizado más de 3.200 muertes. Así que la constatación de que en la Unión Europea emerjan y crezcan movimientos populistas que retoman los peores principios xenófobos del primer tercio del siglo pasado -Austria (FPÖ de Höfer), Holanda (PVV de Wilders), Alemania (AfD de Petry), Hungría (Fidesz de Orban), Dinamarca (Dansk Folkeparti de Dahl), además del FN francés de Le Pen o el UKIP británico, entre otros- no es razón ni excusa para que Europa dé la espalda a su tradición en la protección de los derechos humanos y a su propia historia. Plegarse a esas corrientes ultranacionalistas no puede llevar sino a repetir los errores que entonces, en el siglo XX, convirtieron a la propia Europa en origen de la mayor crisis de refugiados que, hasta este momento, había padecido la humanidad. La UE, sus instituciones, el Europarlamento y la Comisión, no pueden ni deben perder otro año.
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