Aunque miles de británicos se manifestaron hace unos días en Londres pidiendo la celebración de un nuevo referéndum que permita volver a situar al Reino Unido dentro de la Unión Europea, el resultado de la consulta del Brexit es inamovible. El Partido Conservador inglés entró en un extraño limbo en sus relaciones con Bruselas que ha terminado con la salida del Reino Unido de la UE. El neoliberalismo inglés, comenzó un metódico trabajo de desprestigio de lo público con un doble punto de vista. Por una parte, con la privatización paulatina de los logros conseguidos después de la Segunda Guerra Mundial por los socialdemócratas, ensañándose con la sanidad y la educación. Se negó a reconocer el euro como moneda, a formar parte del espacio Schengen y a cualquier transferencia de soberanía a las instituciones europeas. Con la privatización paulatina de la educación y la creación de un muro que divide el sistema público del privado, los conservadores ingleses consiguieron dividirla en dos sectores bien definidos: uno para las élites, con muchos medios y pocos alumnos por clase, y otro para aquellos que no se pueden permitir un centro o universidad privada. Una Inglaterra donde prevalece el culto por el dinero. Apenas se han escuchado argumentos económicos que sustentaran el Brexit. Muy al contrario, el elemento principal que empleó Farage, líder del partido xenófobo y racista UKIP, fue el peligro de la inmigración. Durante años se permitió a los gobiernos de Londres adherirse a lo que les interesaba y rechazar cualquier atisbo de integración europea. Es imprescindible una firme reacción de Europa que ataje la influencia e importancia que los partidos ultranacionalistas, que recuerdan al fascismo y nazismo de los años 30, están adquiriendo en países como Francia, Italia, Polonia o Austria.