La disculpas, mejor por anticipado
Mi odontólogo siempre pide disculpas por anticipado. Es muy delicado y profesional, pero también previsor hasta ese punto. Quien me distingue sabe que tampoco se me caen los anillos por pedir disculpas reiteradas veces, así sean todas ellas innecesarias, entre diversos motivos porque no llevo los dedos ensortijados. Pero hoy voy a hacer como mi dentista: disculparme de antemano por si surgieran repentinos ofendidos de la nada. Leí hace unos días, en dos de las páginas clave de un diario, un par de opiniones exageradamente primarias. En todo veredicto existen diversos niveles de credibilidad, no necesariamente asociadas al estatus de quien las divulga, pues todo el mundo puede ser mal profesional en lo suyo, al menos en determinados momentos. Una de ellas hacía referencia a la suciedad acumulada en un espacio público recientemente inaugurado. No lo he examinado, luego desconozco la veracidad de dicha afirmación, pero sí sé que a veces la suciedad se acumula por defectos en la construcción. Una masilla mal recortada es fuente inagotable de porquería en cortos espacios de tiempo. Lo afirma quien lo ha comprobado diversas veces y en diferentes espacios. Por otro lado, me consta que siempre hay incordiadores buscando un cambio en las contratas institucionales. No digo que sea el caso, pero sabemos que existen intereses subliminales en el mundo de la información, asociados a diferentes tipo de ayudas, subvenciones y/o contrataciones publicitarias. La siguiente opinión se espantaba por la emergencia de las vallas fronterizas. A ningún ser humano sensible, es cierto, le complacen las concertinas, pero, desconociendo si el opinante podrá alcanzar mayor nivel reflexivo, propongo este ejercicio: caso de alcanzarse un día la independencia, ¿habría independentistas que abogaran por colocar verjas a lo largo y ancho de las fronteras naturales de Euskal Herria? Lo pregunto desde la más absurda inocencia, recordando la cercada villa de mis irreductibles amigos de la infancia, Astérix y Obélix.