EN El Poder de los sin poder (opúsculo publicado en 1978), Vaclav Havel se interroga sobre el papel de la disidencia ante el poder (pos)totalitario (que es como denomina a los regímenes comunistas) y sobre las posibilidades que tienen “las iniciativas independientes ante las que se congregan los disidentesde influir en un proceso de cambio.Es un ensayo que muestra el funcionamiento de las presiones que, en el ámbito de la conciencia social, estaban socavando aquellos regímenes y que llevarían a su desplome en 1989. Para comenzar, se sirve de un ejemplo de la vida cotidiana para describir las extensiones del poder que pretendían estabilizar el sistema (pos)totalitario. Sucede así:

El régimen distribuye entre los comercios un letrero con un eslogan propagandístico -“Proletarios de todo el mundo, uníos”- para que los mismos tenderos lo coloquen en sus escaparates. El mensaje del letrero forma parte del panorama cotidiano del pueblo. Es su fisonomía más habitual, que recuerda a los individuos que viven en él las rutinas que debe practicar si no quieren ser aislados y perder su seguridad. Sin reflexionar sobre ello, y porque así lo ha hecho siempre, el tendero pone el cartel en el escaparate. “Es una de las mil naderías que le aseguran una vida tranquila”, recuerda Havel.

Un día, el tendero se rebela y se niega a colocar el eslogan, en un gesto que se hace evidente en su entorno inmediato. No importa el alcance o la potencia física del gesto. Es el gesto en sí mismo lo que se constituye en referente y pone en peligro la estructura del poder. Crear una brecha, por pequeña que sea, en el tejido de controles del régimen (pos)totalitario desmiente su poder.

La “vida en la mentira” No podía haber cosa que más irritara a este tipo de régimen que las múltiples realidades inesperadas que crea la vida. Frente a la vida que se manifiesta en formas plurales y expresiones novedosas, aquel (pos)totalitarismo exigía uniformidad, disciplina y monolitismo. La inclinación natural de las personas a no ceder en su dignidad humana impedía, sin embargo, que esta situación pudiera sostenerse por consenso. Por eso, el (pos)totalitarismo buscó por medio de la presión coercitiva que esas manifestaciones de la vida plural se redujeran a situaciones previsibles, controladas, domesticadas? en un marco social que Havel denomina “vida en la mentira”.

La coerción (pos)totalitaria no podía impedir que, bajo esa “vida en la mentira”, perviviese una orientación humana en dirección a la verdad, que resiste en una esfera secreta, muy peligrosa para el poder ya que incluye pensamientos y acciones que escapan al control del (pos)totalitarismo y que confrontan con los modos y cánones de este de una manera elusiva, encubierta.

Advierte Havel que es inútil calcular la fortaleza de esta quinta columna social a partir de mediciones sociológicas o de la cuantificación de su “número de adeptos”. Añade que no es una fuerza delimitada a tal o cual grupo político o social, sino una “fuerza potencial, oculta en toda la sociedad” (el énfasis es del propio Havel). En este contexto, se puede observar “el vasto campo, no delimitado y difícilmente descriptible, de las pequeñas manifestaciones humanas que en su gran mayoría quedan inmersas en el anonimato y cuyo alcance político nadie cultivará ni describirá nunca de manera más concreta que lo que ocurre en una descripción general del clima o del humor de la sociedad”.

Sobre este humus social favorable surge lo que Havel llamavida independiente”, que define la actitud de aquellos que rompen de una manera más articulada y más consciente con el régimen (pos)totalitario. No es una separación total del sistema. De hecho, estavida independiente” coexiste con numerosos ámbitos de vida dependiente. Sin embargo, quienes representan esta “vida independiente” viven con un grado alto de libertad de conciencia, casi emancipada de la alienación (pos)totalitaria.

En este marco es donde se manifiestan las disidencias, que constituyen las expresiones de “vida independiente” más articuladas, más políticas y más resonantes. Los disidentes, según Havel, serían inexistentes si los ambientes sociales en los que nacen fueran otros, si su actividad no estuviera enraizada en las pequeñas y múltiples manifestaciones de rebeldía o en los actos de la gente dispuesta a vivir de forma independiente del régimen (pos)totalitario. Esta interrelación constituyó, precisamente, la mejor defensa de la disidencia ante un Estado que se vio impedido en su deseo de aplastarla. Havel, de hecho, considera absurdo juzgar a sus conciudadanos desde el modelo de los disidentes, como si fuera el ejemplo supremo de la oposición a la “vida en la mentira” del (pos)totalitarismo: “Criticar a los que han aguantado solo porque han resistido y, por tanto, no son disidentes, sería tan absurdo como el mostrarlos como ejemplo a los disidentes”. Para él, el protagonismo en el derribo de aquellos regímenes contrarios a la condición humana habría de ser de toda la sociedad, incluyendo en ella las rebeldías puntuales, las vidas independientes y las disidencias. Y así fue. Totalmente desprovisto de apoyo popular e incapaz de responder a los acontecimientos sociales del otoño de 1989, el régimen (pos)totalitario checoslovaco cayó por su propio peso.

Unas notas finales. Considero que el modelo de análisis social de Vaclav Havel es perfectamente útil para examinar el comportamiento social de los vascos ante el programa (pos)totalitario que durante décadas ETA buscó establecer en Euskadi. Mucho más útil y completo, desde luego, que los análisis sociales epidérmicos que respaldan su rigor académico con series demoscópicas incapaces por definición de captar los factores latentes o no visibles del comportamiento social. Que olvidan, además, que la mejor, más amplia y patente muestra de la opinión social es la electoral, que desde 1977 se ha expresado con una obstinación que dura todavía contra las fuerzas que se apoyaban o justificaban la violencia ilegítima.

El combate cotidiano La resistencia de los vascos contra el terrorismo ha existido desde su mismo origen en pleno franquismo. En ese marco de resistencias, se pueden reconocer trayectorias relevantes, probablemente unas más destacadas que otras a la hora de integrar su experiencia en el contexto de la causa global de la paz o la deslegitimación del terrorismo. Pero, que ese reconocimiento sea empleado para despreciar el combate que una mayoría social ha realizado en sus ámbitos de vida más cotidianos es inaceptable. Es verdaderamente lamentable que se nos quiera presentar como un pueblo que ha vivido con pasividad o indiferencia moral el sufrimiento que ha generado el terrorismo.

Una mirada más amplia, y menos sectaria, a la microsociología nos permitiría observar sin dificultad que, por debajo de las reacciones públicamente conocidas, se han producido múltiples manifestaciones de rebeldía social o de “vida independiente”, inscritas en la esfera de lo próximo o lo cotidiano. De gente que no ha buscado realizar actos de expresión política, sino algo más primordial y prepolítico: no ceder, no rendirse ante el empuje de una hegemonía (pos)totalitaria que amenazaba su visión de la dignidad humana. Este poder anónimo ha contribuido al final de ETA y de sus ámbitos de hegemonía. Es el poder decisivo de los sin poder.