La violencia de ETA y su legitimidad
DESDE casi sus inicios, ETA ha reclamado para sí la representación genuina de los vascos. A los que han quebrado los derechos humanos en nombre de la causa vasca, hay que criticarles en dos claves. La primera es ética, por haber quebrantado la dignidad humana de sus víctimas. La segunda clave es política, por haberse escudado en una legitimidad que no les había otorgado nadie.
La violencia legítima existe, no cabe ninguna duda. Para que pueda considerarse como tal recurso legítimo, el origen de la violencia debe ser democrático, su manejo ha de ser justo y proporcionado y ha de lograrse que, como resultado, evite males mayores para la libertad y la convivencia social que los conocidos. Siempre que se recurra a la violencia como medio para respaldar una causa se ha de buscar que su empleo, para ser considerado democráticamente legítimo, esté sujeto a un elenco de controles y limitaciones de carácter democrático.
Acabadas las guerras europeas (1936-1945), el mensaje del lehendakari Aguirre planteó un marco de lucha y cooperación definido en torno a tres parámetros que deberían conducir a la liberación de nuestro pueblo: una unión política en torno al gobierno legítimo de los vascos, la reconstrucción del país y la búsqueda de paz social, “con una conducta que sea diametralmente opuesta a la de nuestros adversarios” (Mensaje de Gabon, 1945).
Un sector del país no creyó en el potencial de un proceso de reconstrucción basado, como pedía el lehendakari, en la “coordinación día a día de muchos pequeños esfuerzos”. Y cuando se apuntaron a una violencia que parecía asegurarles una mayor celeridad en la sucesión de los acontecimientos, terminaron provocando la ruptura de la unión vasca. Contra un régimen de terror de Estado, ETA organizó una violencia de respuesta y defendió su legitimidad fundándose en el derecho a la defensa propia. Después, todos lo conocemos, los últimos 50 años de historia del país han conocido un crecimiento en espiral de violencias que duró hasta el cese de las acciones de ETA en 2011.
Queda claro que la violencia era el fundamento del régimen franquista, lo que constituía su propia ilegitimación democrática. Pero persiste una pregunta importante que muy pocos abordan todavía: ¿Fue legítima per se la respuesta violenta a aquel Estado de naturaleza violenta (ilegítima)?
Cuando se creó ETA, el Gobierno vasco era la única institución vasca con legitimidad popular para representar la alternativa a la dictadura. Así lo reconoció la propia ETA en su manifiesto fundacional de julio de 1959: “Por considerar que el Gobierno Vasco, hoy en el exilio, es el depositario de la fe y voluntad de nuestro pueblo, libre y legalmente manifestado, ha quedado ETA integrado en la trayectoria y principio que de él dimanan”. Sin embargo, ETA no tardó en comenzar a alejarse de esa “trayectoria y principio” que reconocía en el Gobierno vasco a partir de la publicación de sus propios principios y la creación de Movimiento Revolucionario Vasco de Liberación Nacional (1962).
A partir de ese punto, la ruptura de ETA con el Gobierno vasco se fue manifestando de una manera evidente. El recurso a la llamada“guerra revolucionaria”fue la más clara expresión de la separación. Su violencia buscó conscientemente el incremento de la represión franquista sobre los vascos: “Supongamos una situación en la que una minoría organizada asesta golpes materiales y psicológicos a la organización del Estado, haciendo que este se vea obligado a responder y reprimir violentamente la agresión. Supongamos que la minoría organizada consigue eludir la represión y hacer que esta caiga sobre las masas populares. Supongamos, finalmente, que dicha minoría consigue que en lugar de pánico surja la rebeldía en la población de tal forma que esta ayude y ampare a la minoría en contra del Estado por lo que el ciclo acción-represión está en condiciones de repetirse, cada vez con mayor intensidad” (ETA, IV asamblea). Además, la violencia de ETA ya no era de respuesta, porque “no se trata de responder, se trata de obligar a que ellos nos respondan a nosotros” (Iraultza, 1968, K de Zunbeltz).
ETA quiso que la ruptura con el poder vasco legítimo se viera como una quiebra intergeneracional, entre lo viejo y lo nuevo. Tras acusar al Gobierno surgido en el año 1936 de inoperatividad, el surgimiento de ETA fundaba una nueva época de activismo en favor de la liberación nacional y la revolución social.
Aquella ruptura produjo el momento cero, el origen de la tradición revolucionaria vasca, que “nada-tenía-que-ver-con-el-de-los-viejos y los rechazaba por pusilánimes, agotados, por burgueses”, según Idoia Estornés. ETA habló en nombre de todo el pueblo, suplantando la representación de esa totalidad, pero nunca obtuvo la legitimidad democrática. En el momento en el que los vascos pudieron votar de nuevo (1977), “no es casualidad que la sociedad vasca se volviera, llegadas las elecciones, hacia los partidos políticos tradicionales”, llega a afirmar Eugenio Ibarzabal.
De acuerdo con el test de legitimación planteado desde el inicio, ETA rompió prontamente con la institución depositaria de “la fe y la voluntad de nuestro pueblo”, luego su actuación no puede reclamar una legitimidad democrática de origen. El despliegue de su violencia no ha sido defensivo, al menos después de la teorización de la “guerra revolucionaria”. No puede calificarse, por lo tanto, de un ejercicio justo y proporcionado de la violencia. ETA no buscó ni contener ni defender a los vascos de la represión violenta de la dictadura, sino agudizarla, incrementar su efecto sobre “las masas populares”, buscando una rebelión al servicio de su proyecto político particular.
En relación con las consecuencias, la panorámica que se contempla tras el final de ETA, observando lo que ha hecho a lo largo de su trayectoria político-militar, es espeluznante: asesinatos, secuestros, extorsión y sufrimiento generalizados... Sobre aquella época, he aquí el testimonio concluyente de Xabier Lete: “Garai batean, iraultza unibertsalaren ametsa zegoen, ideologien bitartez. Horrekin batera, nazioa askatu behar genuen. Izugarrizko garaipenak lortu behar genituen. ETA horrela sortu zen, iraultzarako amets edo egitasmo handiekin. Baina amets usteko horietatik, ia beti, oinazea, sufrimendua eta miseria morala besterik ez dira sortu. Edo diktadura erraldoi eta ankerrak”.
En parte, ETA ha conseguido lo que pretendían sus resoluciones sobre la “guerra revolucionaria”: que el dolor, sufrimiento y miseria moral cayeran sobre la población. La rebelión popular que, como contrapartida, quería provocar se ha vuelto contra ella. Una rebelión silenciosa, acaso discreta, expresada sin espectáculo. Pero eficaz, hasta el punto que le ha hecho morder el polvo de la derrota.