YA está, ya tenemos candidato oficial a presidente del Gobierno y comienza de verdad el partido. Pedro Sánchez lo es y con toda probabilidad lo conseguirá, ahora solo falta saber si apoyándose en la derecha, o sea con C’s y la abstención (hipoteca de futuro) del PP como desean los barones, baronesas, poderes fácticos, la Troika, Bruselas, bancos, ricachones y la monarquía; o por la izquierda, como desean su afiliación y su base social. Esa es la clave.
Habrá presiones brutales hacia la primera. La pregunta es si serán capaces las gentes de izquierdas de producir una presión parecida que la compense. ¿Será posible un tsunami a favor del cambio de verdad, realmente de izquierdas, no del cambio de nombre del presidente? ¿O mirarán entre perplejos y acobardados, o sea cómplices, cómo se desvanece lo que la sociedad votó mayoritariamente? Porque todo es posible matemáticamente hablando. No le permiten aceptar la abstención de los independentistas y en cambio le animan a aceptar la de quienes han machacado a sus gentes, la de los corruptos. Tremendo.
Ya es candidato, incluso en clave interna, con esta nominación, ha conseguido que la fecha del Congreso del PSOE aprobada el pasado sábado salte por los aires. Ha sido capaz de engañar a sus propios dirigentes, de engatusarles con un caramelo con esa fecha que ya sabía iba a caer como fruta madura. Por eso el título del artículo, que no tiene intenciones peyorativas, que es simplemente alusión a la popular frase que se emplea cuando alguna persona nos sorprende, generalmente para bien, después de acciones o comportamientos inesperados.
Esa misma frase se repite en las mentes de muchas gentes de nuestro país referida en esta ocasión a Pedro Sánchez. Desde que hace un mes despertó de su letargo con su inesperada visita a Portugal, como aviso de que estaba por un gobierno parecido aquí, no ha dejado de sorprendernos.
Después, se sucedieron los movimientos inesperados: acuerdo con ERC y DyL para permitirles grupo propio en el Senado, que sonaba a pacto para su abstención en una hipotética investidura; su conversación, de la que por cierto apenas han trascendido los términos, con el nuevo president de Catalunya, Carles Puigdemont; o la foto posterior con Andoni Ortuzar, ganándose el voto afirmativo de PNV, auguraban igualmente una distensión con la periferia. Esa inesperada iniciativa de quien todos sospechaban era rehén de los barones y baronesas de su partido, obligó a Podemos a un movimiento igual de inesperado, ofrecerse para estar en un hipotético gobierno presidido por él.
Habían caído también en la trampa diseñada por un chico corriente. Que Podemos eliminara las “líneas rojas” planteando implicarse en un gobierno de coalición era el mejor premio que podía recibir su audacia. Habría sido terrible situarse en posición de que solo le apoyaran para la investidura quedándose fuera ziriqueando, criticando cada decisión tomada por su gobierno.
Un gobierno de coalición, un Gobierno del Cambio como propuse denominarlo en los escritos que envié a ambos la semana pasada, supone convertirse en corresponsables de los aciertos y también de los errores, sufrir en propias carnes el desgaste del poder en momentos de crisis, las presiones que seguro va a sufrir por parte de los poderes fácticos y de Bruselas. Es una inmejorable noticia para Pedro Sánchez que, además, cuenta con el añadido de la torpeza de la puesta en escena de Iglesias, sus continuos desprecios de nuevo rico, que sitúan a Sánchez como víctima de los ataques de derecha e izquierda. Y ya se sabe que en este país el victimismo vende.
Solo le quedaba desbloquear la situación interna y nuevamente vuelve a sorprender con dos movimientos que desactivan a la poderosa maquinaria de sus enemigos. Logra un consenso para la fecha del próximo Congreso del PSOE al atar que la elección de la Secretaría General sea por primarias -lo que aún no estaba claro- y plantea que cualquier acuerdo de gobierno deberá ser refrendado por las bases del partido, por las afiliadas y los afiliados. Consciente como es de que la inmensa mayoría reniega de cualquier movimiento que permita al PP, sea Rajoy o no, seguir en La Moncloa y de que tampoco desean nuevas elecciones en las que los socialistas saldrían más debilitados aún, ha sido un movimiento genial que ha dejado a barones y baronesas perplejos.
De acuerdo en que ese referéndum no es vinculante, pero ¿alguien en su sano juicio cree que con una abrumadora mayoría a favor de ese Gobierno del Cambio el Comité Federal va a votar algo diferente? No es vinculante, pero sí va a ser decisivo.
Ahora queda lo más difícil si opta por su izquierda: llegar a acuerdos con Podemos y cerrar definitivamente los votos favorables de IU y PNV, más la abstención, que no parezca pactada, de ERC y DyL. Difícil, pero ¿imposible? No, evidentemente no; es posible y asequible.
Si a PSOE, Podemos e IU les une el 99% del programa social, ¿por qué no intentarlo y conseguirlo? ¿Por qué condenar a su base social a cuatro años más de sufrimiento? Cierto es que ese Gobierno del Cambio no podrá hacer milagros, que la crisis no desaparecerá con él, ni las injusticias, ni el paro, pero lo que sí resulta seguro es que se paliarán, que al menos tendrán un tratamiento más justo, más humano, más cercano. Que, además, la praxis política sufrirá la profunda regeneración imprescindible que exige nuestra sociedad.
Pablo Iglesias y los suyos tienen la obligación moral, ética, de ponérselo fácil, de no introducir más palos en las ruedas, bastantes ponen ya nuestros enemigos. La responsabilidad es de ambos, sí, pero es tiempo de estadistas, de gentes con la altura de miras propia de la izquierda, de audacia como la suya, pero también de imaginación y dosis ingentes de generosidad. Y ahí Podemos debe hacer su catarsis correspondiente. No se puede ofrecer un pacto y al mismo tiempo sacudir estopa a tu futuro socio un día sí y el otro también.
Pedro Sánchez nos ha demostrado a todos que efectivamente “parecía tonto” pero no lo es, que está dispuesto para el cambio y además es consciente de que es su única, su última oportunidad de seguir en política, de hacer historia, de convertirse en presidente para ser recordado por las generaciones venideras. Es su momento, es el momento de la izquierda. Y ni podemos, ni debemos desaprovecharlo; sería una gravísima irresponsabilidad, una traición a nuestra gente.
Por tanto la pelota está ya en el tejado de Pablo Iglesias, los movimientos de Sánchez dan las condiciones para jugar con inteligencia. Es el momento de demostrar que es un estadista y que entiende que una negociación sensata deja la posibilidad de acceder a las bases socialistas, incluso dejando un buen poso en ellas para el futuro.
Por ese motivo, se debe lanzar un llamamiento a las bases socialistas, a las de Podemos, a las de IU, incluso a las del resto de las izquierdas a unir nuestra voz, nuestra exigencia de un Gobierno del Cambio que en cuatro años sea capaz de atenuar el sufrimiento, de aminorar las tensiones centro-periferia, de alcanzar la paz definitiva. Alcemos nuestras voces altas y claras codo con codo, como una sola persona. Aquí y ahora. Y que todo no sea una cortina de humo, que ambos, Sánchez e Iglesias, no estén teatralizando una ruptura que nos lleve al suicidio de la izquierda en unas elecciones anticipadas que permitirían respirar al PP, en cuyo caso no solo habría que decir que parecía tonto, que parecían tontos ambos, sino que realmente cabría considerarles traidores a los que habrá que escupir en la cara. Si no es posible un Gobierno del Cambio de izquierdas por posiciones tacticistas de PSOE y Podemos, ningún votante sensato de izquierdas debería volver a votar a ninguno de los dos en esas próximas elecciones; ninguno, ninguna, las traiciones se pagan?