Los pelos como escarpias
DICEN que lo difícil es encontrar el término medio y en el sector agrario parece ser que, a la chita callando, se van introduciendo algunos planteamientos y propuestas que son, en mi opinión, cuando menos, preocupantes. Hace unos meses, en un artículo titulado ¿Agricultura sin agricultores? hacia mención a la tendencia, creciente, hacia un modelo de producción agrario desligado del tejido productivo familiar y del territorio y entramado social rural de nuestros pueblos. Hoy traigo a colación un informe elaborado por un consejo u órgano asesor del Ministerio de Agricultura francés que plantea cuatro escenarios agrícolas en el horizonte de 2025, proponiendo un tratamiento diferenciado para cada uno de ellos.
En primer lugar estará la “agricultura heredada”, de explotaciones familiares agrarias que deberán adaptarse a las nuevas circunstancias de los mercados agrarios, a pesar de seguir con un modo de vida y trabajo tradicional o adaptado a las nuevas estructuras productivas y comerciales. Estas explotaciones deberán ser la prioridad en el momento de repartir subvenciones porque representan la esencia del sector y la base del desarrollo rural.
El segundo escenario es el de la “agricultura de contractualización” conformado por explotaciones que orientarán su producción, en volumen y en precio, a lo establecido vía contrato por los compradores. Ahondando en el modelo de integración, los agricultores serán los gestores de las semillas, plantas, polluelos, terneros, pienso, fitosanitarios, etc. proporcionados por el comprador final y el margen pactado con la industria o distribución receptora será el suelo de ese agricultor-empleado del comprador, perdiendo cualquier atisbo de autonomía en su oficio de agricultor-ganadero. Este escenario es el previsto como mayoritario.
El tercer escenario será la “agricultura de firma”, conformada por explotaciones modernas, especializadas, con un fuerte componente tecnológico y extraordinaria capacidad inversora (quizás hasta externa), donde la elaboración de un producto premium dé acceso directo a los mercados y el agricultor sea el gerente que gestione equipos de empleados externos.
Finalmente, estaría el cuarto escenario de la “agricultura territorializada”, asentada en zonas desfavorecidas o de montaña en las que lo importante será mantener el medio ambiente y favorecer el desarrollo rural.
Caigo en la cuenta de que incluso aquí, en mi querida Euskadi, pequeño país conformado por cientos y/o unos cuantos miles de explotaciones (diminutas, pequeñas y medianas) constato una peligrosa tendencia hacia el segundo de los escenarios, con una agricultura sin agricultores, con empleados y en auténtica integración con la industria/distribución donde el sector primario es concebido como mero proveedor de materia prima. Quizás, emulando al genial ingeniero Arriortua, alguno piensa que lo mejor es establecer los centros de producción, en nuestro caso cuadras, invernaderos, frutales... a la puerta del centro de transformación de la empresa necesitada de materia prima, por supuesto con trazabilidad de producto garantizada, barata y con regularidad que, en contrapartida, asegura, de momento, la rentabilidad suficiente.
No quisiera alarmar al personal puesto que estimo que todavía no es una situación ni preocupante ni irreversible pero sí debemos estar alertas y ser firmes en la defensa de nuestro modelo de agricultura familiar, disperso a lo largo y ancho del territorio, con familias implicadas en la vida y desarrollo social de nuestro pueblos, con agricultores autónomos bien organizados en cooperativas de transformación y comercialización. Pero se me ponen los pelos como escarpias al leer que algunas cooperativas y entidades financieras impulsan proyectos de macrogranjas o al escuchar que algunas empresas compradoras, con un claro afán integrador, pretenden controlar y conocer, hasta el más mínimo detalle, todos y cada uno de los números que, perdonen ustedes, no deben salir más allá de la mesa de la cocina del caserío.* Coordinador de ENBA