Ni una, ni grande, ni libre
EL fascismo español nos dejó -entre otras joyas- tres frases cinceladas en piedra en cualquier esquina y -en especial- introducidas a machamartillo en nuestras ingenuas cabezas infantiles de entonces. Las tres son falsas y se ha demostrado que formaban parte de la mentira histórica tantas veces repetida para justificar el ilegal, violento y sanguinario origen de la autoridad del dictador. “Por el Imperio hacia Dios”, “Una, grande y libre” y “Antes roja que rota” son estas tres joyas goebelianas que formaban parte de aquélla asignatura -maría junto a la religión y la gimnasia- que se llamaba FEN y se traducía como formación del espíritu nacional.
Pues bien, el lento transcurrir del tiempo y la llegada de la democracia han demostrado la falsedad de las tres frases lapidarias. No vivíamos en una nación una, grande y libre porque no era muy grande, evidentemente es una amarga ironía que la llamaran libre y tampoco parece que fuera una porque -dentro de ella- convivían a la espera de mejores tiempos unos sentimientos nacionales que no tenían nada que ver con la hispanidad y que pueden llegar a ser mayoritarios a la espera de lo que ocurra en Catalunya y de que se presenten los resultados de la ponencia de autogobierno en el Parlamento Vasco.
También es una falacia aquello de “por el imperio hacia Dios” porque el tiempo y la historia están demostrando que muchos entonces españoles, porque no tenían más remedio, pasan ampliamente del imperio o el imperio para ellos no es el de ultramar sino la misma nación española en el sentido de que impide otras expresiones de libertad nacional. Y dejemos a Dios tranquilo porque el laicismo nunca había llegado a alcanzar cuotas tan altas como las actuales. Qué vergüenza de foto aquélla en la que se ve a todos los obispos de la zona nacional -brazo en alto con el saludo fascista- rodeando al dictador en Burgos.
¿Quién no le ha escuchado -hace años ya- a algún abuelo facha la frase de “antes roja que rota”. Eran tan españolazos que preferían una España gobernada por los comunistas antes que una España dividida en varias nacionalidades. Les cabreaba más lo que ellos calificaban como separatismo que el mismo camarada Stalin. Ay ¡si se levantaran de sus tumbas y siguieran el culebrón catalán! Parece que no entendieron y ahora también hay que explicárselo a sus sucesores del PP que mucha gente no quiere ni rojas ni rotas, simplemente desea que se cumpla la mayoritaria decisión popular en cada momento y que -si una nueva nación quiere echar a andar por libre separándose del estado-madre- y lo hace con votos y sin violencia como lo están llevando a cabo los catalanes, no hay autoridad ni militar, ni eclesiástica, ni política, ni ética, ni moral que se lo pueda impedir. No se le pueden poner puertas al campo ni a los sentimientos nacionales. Yo si mañana me entero de que los extremeños desean la independencia no tendría problema alguno en concedérsela y mi única preocupación sería el posible aumento del precio del jamón ibérico por lo de la exportación. ¿Quiénes somos para mandar o querer mandar sobre los sentimientos nacionales de otras naciones? El mapa de Europa no tiene nada que ver con el que colgaba sobre las pizarras de nuestras viejas escuelas. Hoy lo adornan decenas de pequeños países libres e independientes que antes estaban bajo la bota soviética o yugoeslava y el mundo sigue y Canadá o Escocia demuestran que se puede hablar y votar sobre el asunto sin amenazas o enfrentamientos gratuitos. En el fondo, se trata únicamente de respetar el derecho a la libertad de los vecinos pero -en esta península- todavía hay mucho facha suelto?