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Debate sobre política y democracia

Se puede decir que nada es lo que parece, que la democracia tensiona y pervierte, pero el cambio de ciclo llama a recordar que lo que se hace en política tiene consecuencias

SIEMPRE me pareció que entregarse con pasión a la causa que persigues es imprescindible pero peligroso, sobre todo cuando se vive rápido, se consumen con voracidad ideas, culpas o responsabilidades y lo que hoy es excelente, mañana pierde este carácter para transformarse en artículo de deshecho, basura. Hay poca mesura para digerir lo que se proclama y los usos de lo que se hace. Lo que se dice que se hace son acontecimientos puestos a disposición de cada cual para que, sabiendo que se producen o pueden producirse, se olviden con la misma rapidez con que se presentan.

Los resultados de las últimas elecciones municipales, forales -y autonómicas, en muchos lugares- propician cambios en la conformación de las mayorías políticas y la entrada de fuerzas, coaliciones y liderazgos que, hasta ahora, no estaban en el mercado electoral o no se habían probado en las urnas. En otros casos -el País Vasco es uno de los casos ejemplares- emergen acuerdos y mayorías imposibles de lograr en los últimos años. Llegados aquí, no hay dos casos iguales que permitan trazar explicaciones comunes, como si no fuera posible enmarcar comportamientos típicos en todos los lugares. Cada pueblo, ciudad o comunidad autónoma se abre ante cuadros de múltiple entrada en los que la convergencia de programa e intereses se supeditan a cada lugar.

Pero, pese a esto, se detectan algunas cuestiones. En primer lugar, el desgaste del PP. Incapaz de contener la fuga de votantes que las políticas anticrisis y la corrupción detectada genera entre sus filas, les lleva a la pérdida de votos en números absolutos y, sobre todo, lo que es más significativo, a la pérdida de influencia política. El PP tiene menos poder y menos votos que antes de las elecciones municipales y autonómicas, menos respuestas a los dilemas y a las preguntas que había planteado en los años de gobiernos hegemónicos. Puede intuirse que tras el desplazamiento del poder político está el cambio de ciclo.

El resultado es que el modelo político en el que se instalaron en las últimas décadas se acaba. Las crisis -no sólo la de raíz económica, sino la social, política e institucional- les mete en un agujero que no entienden, en un mapa sobre un territorio por el que les cuesta caminar. No saben qué hacer y vuelven -parece- a confiar en el paso del tiempo que, ya se sabe, todo lo arregla. Confían en el cambio de caras para comunicar más, no sé si mejor, y en el tibio relevo generacional, cuando no en una política confusa donde -dicen- todo es posible porque casi todos los motivos de las protestas están solucionados o en vías de estarlo. El objetivo es que las cosas vuelvan a cambiar y el ciclo favorable regrese y lo que ahora es negro, gris o rojo, en algún otro momento vuelva a ser azul.

Estamos ante lo que puede calificarse del dilema de magnitud: ¿el sentido del cambio político que han traído las elecciones municipales es coyuntural y en algún momento cercano todo volverá a ser como era? o, al contrario, ¿estamos ante innovaciones de ruptura donde nada será ya como fue?

Hay datos que impulsan en una u otra dirección. Sí parece que ninguna de las claves fundamentales de estos dilemas están en manos del PP. No lo está el ciclo de la economía, global y dependiente también de cuestiones ajenas a la dinámica interna española, donde el poder político debe contener aquello que puede impedir el desarrollo de decisiones tomadas en ámbitos internacionales, sean en el BEC, el FMI, la Comisión Europea, los centros económicos donde se desenvuelven las empresas multinacionales, los fondos de inversión? No tienen tampoco los recursos fundamentales de las políticas públicas, en manos de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos que no controlan... Han tirado por la borda el ciclo educativo con la reforma calamitosa que intentaron, la estrategia de I+D+i y el ciclo de investigación. No están tampoco con las claves de los ciclos generacionales. Del cambio de los modelos productivos nada se sabe, el nuevo ciclo industrial es algo que no está en la agenda, nunca estuvo. La idea fuerte de cómo tratar con el talento hace tiempo que se cedió a fuerzas del mercado, del tipo que sea, como si el papel del Estado fuese intrascendente? El resultado es que el PP lleva a la intrascendencia el ciclo que dominaron con el poder mayoritario en los diversas instituciones. Esto lleva a entrar en los territorios de la irrelevancia y éste es, ahora mismo, el punto de llegada.

El PP está en esa fase al final del camino, donde se recoge lo que se ha cultivado con esmero: la irrelevancia de lo que hace o dice. No saben, o no pueden explicar, cómo y por qué tiran la influencia y la mayoría absoluta para transformar el discurso y las acciones en algo irrelevante y plantarse ante la vida de los demás recordándoles lo que pierden, olvidándose de ellos y sus acciones. Todo parece indicar que el ciclo del PP se termina y con él una manera de entender lo que es o ha sido el método político de la derecha tradicional española y su manera de gobernar.

Otra forma de abordar los problemas es la que ha seguido el PSOE. Aborda la pérdida electoral pactando con aquellos que son competencia directa de su doctrina. Desde este punto de vista, resuelve mejor los dilemas del decrecimiento electoral y la pérdida de influencia que ha padecido desde el último gobierno de Rodríguez Zapatero. ¿Cómo? Pactando, sobre todo, con fuerzas nuevas -de centro (Ciudadanos) o de izquierda (Podemos, Mareas Vivas?)- y en algunos casos dándoles o recibiendo lo que necesitan: votos y apoyo.

La diferencia entre las dos grandes fuerzas políticas que han dominado, y en parte dominan, el panorama español es la capacidad para pactar. Lo que demuestra que quién más y mejor pacta tiene más y mejores posibilidades de continuar teniendo poder político, recuperarlo o, al menos, trasladar la apariencia de que ha perdido menos de lo que lo ha hecho. El PSOE sabe interpretar esta lección: pactar y pactar para tener algo, representar que siguen estando, no perderlo todo y crear la urdimbre suficiente para regresar a la Moncloa. Donde lo ha hecho, sobreviven mejor; donde no han jugado este juego, la posición es más débil. Nafarroa puede ser el caso más llamativo, en cambio, en la Comunidad Autónoma Vasca quizá recupere centralidad y energía con el pacto con el PNV.

Otro elemento es el impacto de las fuerzas políticas que, en muchos casos, no estaban hace poco más de un año. Los casos de Madrid, Barcelona, Cádiz, A Coruña? son sólo la punta del iceberg de las características que adquiere el ciclo político. Podemos, Ciudadanos, Mareas? son nombres que abren el ciclo político y dicen que estamos en otro tiempo.

Se puede decir, como en ocasiones se lee y escucha, que nada es lo que parece, que la democracia tensiona y pervierte, que el programa político de las formaciones nuevas puede ser inviable, que tienen poca o nula experiencia de gobierno y todo esto les pasará factura? Quizá todas, alguna o ninguna de estas críticas sean reales, pero alumbran el ciclo en el que la cercanía a los ciudadanos, la atención a posiciones sociales débiles, el estilo de gobernar, el recuerdo de pensionistas, desahuciados, nuevas formas de pobreza... -o retomar el ciclo completo de lo que debe ser el plan de ciudadanía en cada lugar- llama al rescate de la democracia o a recordar que las acciones, lo que se hace, en política, y en general en la vida, tiene consecuencias y todos dan cuenta de lo que hacen o dicen y de lo que no hacen o no dicen.

Hay que ver qué depara el ciclo: seguramente, menos emociones y trabajo político rutinario, gobernanza nueva y estilos de gestión diferentes. En una palabra, éxito para la democracia y nuevos manejos para el tiempo de la política, pero también nuevas formas de entenderla. Quizá no es la ruptura radical con el pasado, pero sí con sus formas y maneras para regresar a las posibilidades de la alternancia, sin monopolios u oligopolios. El mercado abierto de la política es el regreso a la democracia. Ni más ni menos.

* Catedrático de Sociología de la UPV!EHU