rOBERT McNamara fue secretario de Defensa de Estados Unidos entre 1961 y 1968. Eran tiempos duros, con la Guerra Fría al máximo nivel, como queda recordado por la crisis de los misiles en Cuba y la guerra sin cuartel de Vietnam.

En medio de esta guerra, McNamara observó que los políticos estadounidenses pensaban que estaban ganando la guerra debido a que el número de bajas del Vietcong (ejército local) estaba aumentando. No valoraron otros factores como el resentimiento nacional contra el ejército, el deseo de independencia o la elevada moral del enemigo. Ahora bien, ¿por qué no valoraron estos factores?

Muy sencillo. No eran cuantificables. Por lo tanto, no tenían importancia. Al fin y al cabo, en la economía o la empresa lo que no es cuantificable se considera de escasa importancia. Pero, como vamos a ver, eso es un error.

En todo caso, Robert McNamara desarrolló su teoría de la falacia para explicar la derrota en la guerra del Vietnam. Aunque está pensada inicialmente para el mundo de la empresa, tiene muchas ramificaciones. En esencia, la teoría dice que los directivos:

Primero, cuantifican lo que es fácilmente mensurable. Segundo, desprecian o cuantifican de manera arbitraria todo aquello que no es fácilmente mensurable. Tercero, asumen que lo que no es cuantificable no es importante. Cuarto, asumen que lo que no es cuantificable no existe (Fuente: El pequeño libro de las grandes teorías de management, Jim McGrath y Bob Bates).

Desde luego, esta teoría se puede amplificar a los políticos, gestores o incluso a nosotros mismos. Y enseña que lo cuantificable, más que lo más importante, posiblemente sea lo menos importante. Es seguro que muchas de los antiguos honorables que abundan por este país cambiarían gran parte de su fortuna acumulada por la reputación perdida. Por desgracia, este tipo de personas no conoce el famoso dicho de Cicerón: “Un poco de dinero arregla muchos problemas; mucho dinero genera muchos problemas”.

Pero vamos a ir de menos a más. Pensemos en nuestras vidas. ¿Cuándo somos más felices? En general, cuando tenemos buenas perspectivas acerca del futuro. Cuando tenemos esperanzas en lo que nos pueda venir o en lo que pueda ocurrir a las personas más cercanas a nosotros. Cuando vemos que ciertas expectativas se cumplen. Cuando sentimos que, en cierta forma, el futuro depende de nuestros actos. Así, está comprobado que el nivel más alto de felicidad de muchas personas se da cuando sus hijos están creciendo (ya se sabe que “la naturaleza nos da quince años para coger cariño a los hijos antes de que se vuelvan adolescentes”). Nada de ello es cuantificable.

Pensemos en personas con un puesto de trabajo fijo, un sueldo alto y una vida hecha. A menudo pensamos así: “No entiendo cómo teniéndolo todo arreglado y sin problemas económicos este tío no es más feliz”. La razón es precisamente la contraria: ¡Precisamente por eso no es más feliz! ¿Por qué va a pelear ahora? ¿Qué expectativa le queda? Ese es el mayor reto: plantearse nuevos retos cuando ya no quedan retos.

En las empresas ocurre lo mismo. Claro que existen informes en los que aparecen errores de gestión de los principales ejecutivos, los cuales han hecho bajar ciertos ratios financieros. Pero había que tener en cuenta muchas cosas. Por ejemplo, la reputación de la empresa. La moral, lealtad, espíritu de sacrificio e implicación de los empleados. Los contactos con otras empresas. En resumidas cuentas, todos los activos de una empresa o equipo difíciles de cuantificar.

Bueno, por fin llegamos a la economía. Año de elecciones, año de promesas, año de carteles, año de mítines que se pueden resumir así, ya que todos los partidos van a prometer lo mismo: regeneración democrática, escuchar a la gente, un nuevo cambio (las palabras nuevo y cambio son muy utilizadas, sí señor), la llegada de tiempos mejores, y la nueva moda: la expulsión de la casta.

La bajada del paro, el crecimiento y el menor déficit son indicadores económicos que realmente están mejorando. Y por eso los políticos que gobiernan no van a dejar de repetir eso: cifras, cifras y más cifras. Ahora bien, ¿dónde está lo no cuantificable?

Por desgracia, han entrado en campaña los aspectos no cuantificables negativos. Por ejemplo, el resentimiento hacia quien se aprovechó de su posición para aumentar su influencia o su cuenta corriente es normal. Y en tiempos difíciles este discurso es más atractivo.

Sin embargo, prefiero los aspectos no cuantificables positivos. Y me gustan mucho dos. Primero, esperanza y expectativas. Segundo, confianza entre todos los agentes económicos que integran nuestra sociedad.

Todas las medidas de los diferentes programas electorales deberían tener en cuenta estos dos aspectos. Sin embargo, a mi juicio, no tienen el peso adecuado. Y eso tiene una explicación.

La falacia de McNamara.