AUNQUE en la resolución del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) se admite que se procedió de una manera terrible, con múltiples asesinatos, violaciones, torturas y desplazamientos masivos de población, se descarta que hubiese un plan de exterminio generalizado de la población civil. Tal y como aclaró el presidente del tribunal, Peter Tomka, “para que la limpieza étnica, aquí señalada, pueda desembocar en un genocidio, debe demostrarse el propósito sistemático de acabar con otra etnia”.
Es cierto que se dieron hechos que pudieron apuntar a esta intención, como lo ocurrido en la ciudad de Srebrenica, donde las tropas serbias asesinaron a 7.000 musulmanes que se encontraban al amparo de la ONU (lo que sí se consideró genocidio), pero por el contrario no dictaminaron lo mismo para el caso de Vukovar, donde fueron asesinados otros 10.000 civiles. Técnicamente, hasta 1992 Serbia no firmó la convención relativa a los genocidios y ese suceso se produjo un año antes por lo que no se puede aplicar retroactivamente la legislación. A veces, la justicia puede ser ingrata y aparentemente injusta pero es ahí donde los seres humanos deben actuar o responder con claridad y sensatez.
El TIJ estimó que la intención de los serbios no era tanto eliminar como expulsar a los croatas con el fin de crear un Estado étnicamente homogéneo. Tecnicismos que, por supuesto, no van a consolar a las víctimas. Del mismo modo, los contraataques que protagonizaron las fuerzas del ejército croata y que derivaron en la muerte de 7.000 serbios y más de 230.000 desplazados, tampoco son considerados como un intento de homicidio sistemático.
Así, ambas demandas quedaron en tablas. El fallo ha contentado a los serbios, los que más se destacaron en sus crímenes durante la guerra, y no tanto a la parte croata, pero lo cierto es que no queda otra cosa que intentar entenderse, no reabrir viejas heridas y, sobre todo, no permitir que, de nuevo, los nacionalismos reaviven el discurso de la venganza. El TIJ considera que puede ser un buen momento para reemprender la relación entre ambos países y, de este modo, se puedan impulsar políticas que ayuden y compensen a las víctimas. No será, en todo caso, nada sencillo.
Recreaciones del sinsentido Recreaciones de lo que allí sucedió en filmes como Territorio comanche (1997), El círculo perfecto (1997), Wellcome to Sarajevo (1997), Sabior (1998), Las flores de Harrison (2000), En tierra de nadie (2001), La vida es un milagro (2004) o Tierra de sangre y miel (2011) entre algunas de las más destacadas, son muy reveladoras de la extrema violencia que se utilizó, el sinsentido de una guerra entre seres humanos que solo se distinguen por el uniforme que portaban y la despreciable campaña de violaciones que se dieron lugar, principalmente, en Bosnia-Herzegovina, contra las mujeres musulmanas (solo se ha condenado a doce responsables de los ultrajes en los tribunales bosnios). Aún Europa ha de acercarse a este escenario, no olvidarlo, comprender cómo fue posible que otra vez el salvajismo y el horror, además de los odios enconados y la brutalidad más descarnada pudiera reproducirse de nuevo transcurridos tantos años de la que fue la más encarnizada guerra propugnada por la humanidad, la Segunda Guerra Mundial y el contraejemplo dejado por la Alemania nazi.
También la ONU tiene que afrontar el sonrojo y la parte de culpa que le corresponde por su incapacidad por defender a ciertas poblaciones indefensas de tales horrores.
Las guerras, en especial esta, ya no son solo batallas en las que dos ejércitos enemigos se enfrentan para dirimir sus diferencias allí donde la política ha fracasado, son mucho más que eso. Se empaña el sentido común, la conciencia y la dignidad humana, llevan y arrastran consigo las más bajas pasiones en las que, el enemigo, fuera en este caso bosnio, musulmán, croata o serbio era denostado solo por el simple hecho de encarnar otra identidad cultural o religiosa.
Valorar el impacto En verdad, aunque tildar de genocidio a este enfrentamiento entre Serbia y Croacia pudiera ser excesivo, no lo es en cuanto a juzgar y valorar la importancia y el impacto que tuvieron los crímenes que allí tuvieron lugar. Queda aún potenciar la reconciliación y cicatrizar unas heridas que dejarán su huella de forma imborrable en la memoria colectiva de las poblaciones afectadas. Aunque se han juzgado a algunos de los responsables más destacados de lo ocurrido (hasta un total de 124 personas) como Slobodan Milo?evi?, expresidente de Yugoslavia, el general croata Ante Gotovina, responsable del asesinato de 150 serbios, desaparición de otros cientos y expulsión de miles de personas (finalmente, absuelto por falta de pruebas); Naser Ori?, antiguo comandante de las fuerzas musulmanas de Srebrenica; el antiguo líder de los serbios de Bosnia, Radovan Karad?i?; el general Ratko Mladi?, acusados ambos de genocidio y crímenes contra la Humanidad y crímenes de guerra, así como Goran Had?i?, el autoproclamado presidente de la República Serbia de Krajina... aún es muy pronto para sentir que la sociedad se ha liberado del impacto y trauma de aquella contienda. Restaurar la justicia no implica todavía que estos territorios -Croacia, Serbia o Bosnia-Herzegovina- hayan sabido restaurar esas coordenadas mentales que han de prevalecer para no volver a revivir los hechos.
Los odios y los resentimientos quedan como emociones enquistadas si no se procede a un proceso de aceptación del pasado y de educar plenamente y encarecidamente las conciencias. Y ese proceso, lamentablemente, no se cierra nunca. Lo tenemos que llevar siempre con nosotros por el bien de la Humanidad