A trancas y barrancas, abriéndose paso a trompicones, sin el brillo de otras épocas recientes pero con una indudable fuerza de voluntad y fe en sus posibilidades. Así se está restableciendo el Athletic de la crisis de juego y resultados que ensombreció las expectativas semanas atrás. Aún no ha vuelto el fútbol que deslumbró con Bielsa, pero empieza a asomar el que les llevó a la Champions con Valverde. Hay tímidos síntomas de recuperación y por fortuna margen para seguir pujando por buenos premios al final del curso.

Torino parecía mucho más que una estación complicada. Los italianos, enrachados, afrontaban el duelo inmersos en una excelente tendencia positiva que les había llevado a no conocer la derrota desde noviembre. En Bilbao, al contrario, recelábamos tanto de nuestro equipo que hasta se había enfriado la tradicional euforia rojiblanca. Aduriz, reservado para las urgencias de la liga, se había quedado en casa y no éramos pocos los que en la previa al partido afilamos con cierta saña el lápiz preparado para escribir la dolorosa crónica de una nueva decepción.

Había una inhabitual y extraña sensación de derrotismo en el ambiente. Quizá este frío panorama previo (forjado a base de malas tardes de fútbol) les vino bien a los jugadores que debían pasar a la acción. Heridos en el orgullo, viendo cómo se minimizaban sus opciones en medio de una dinámica desilusionante, los leones al fin asumieron que para superar la crisis hay que mirar al frente, despojarse de la presión, refugiarse en el grupo, vehicular la rabia y abandonar el juego especulativo que tan mal maneja este Athletic.

La resurrección era ya cosa suya. Tocaba redimirse, echarle raza y coger al toro por los cuernos. Resetearse para regresar. Empezar de cero y volver a ganarse la confianza de una afición que nunca les abandonó pero que sí se había enfriado notablemente. Una grada que orquestada o no ha ido mostrando su disconformidad con el fútbol del Athletic a través de una pose muda, una huelga de gargantas y palmas que se ha hecho notar especialmente en los últimos partidos jugados en la Catedral.

Este gesto de protesta silenciosa en San Mamés ha hecho que el equipo apenas haya notado últimamente el aliento de los incondicionales. Pero el boicot seguramente también ha hecho reflexionar a los jugadores y hasta el cuerpo técnico. Me gustaría tener la certeza de que el castigo ya ha finalizado y que mañana mismo recuperaremos el ambiente que merece y necesita este Athletic para sacar la cabeza de la tierra.

Tenemos por costumbre darlo todo en los desplazamientos del equipo. Y cuando los rojiblancos hacen las maletas la familia del Athletic se retrata en su máxima expresión. Es en esos viajes cuando presumimos de una comunidad inigualable, de una afición única digna del mayor orgullo, de una hinchada ejemplar que corea con pasión las consignas, que arropa con cariño en los momentos de flojera y que se deja la voz sin pedir nada a cambio. En esas salidas nos podemos comparar sin duda con las mejores aficiones del mundo.

Indudablemente comparar también nos deja en evidencia. Porque está claro que algo está fallando en el binomio público-equipo cuando jugamos en casa. Por razones difíciles de justificar cuesta un mundo contagiar ese mismo entusiasmo en los partidos que disputamos como local. Y el equipo como es lógico lo acusa. Tenemos derecho a mostrar nuestra desaprobación con lo que nos ofrecen desde el verde. Podemos estar cabreados por el mal juego, por la actitud, por la falta de ideas, por las decisiones del entrenador y hasta por las que ha tomado o no el presidente, faltaría más. Pero lo que no tiene un pase, se mire por donde se mire es que se escuchen más los ánimos del equipo visitante que los que tributamos al nuestro.

Cuando 700 hacen más ruido que 50.000 sobran los comentarios. Poco podemos argumentar que no nos imaginemos. De hecho una reprimenda a tiempo sin duda sirve para que los acomodados se pongan las pilas, pero un comportamiento apático de la grada durante un periodo más largo terminará siendo siempre muy perjudicial. El Athletic cogió al toro por los cuernos en el Comunale, ahora nos toca a nosotros perdonar los pecados pasados y prepararnos para la faena que nos corresponde. Nos están esperando y nos necesitan.