BASTA con viajar un poco para comprobar que, del más pobre al más rico, todos los pueblos defienden y promueven su identidad y se esmeran en ofrecer lo mejor de sí en la natural competencia entre naciones. El reino de Felipe VI se obstina en hacer colectivamente las cosas lo peor posible -es la patria de la chapuza- y en reducirse, por estrechez intelectual y bajeza moral, su compleja realidad y sus capacidades a una unidad inexistente y una convivencia arrastrada y penosa, cuando no violenta.
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