LOS ataques terroristas que tuvieron lugar en París la semana pasada, con las trágicas y sangrientas consecuencias de 17 víctimas mortales, han tenido, además, otros efectos que por su alta importancia a duras penas cabe calificar de colaterales. En primer lugar, y exista o no causa-efecto o una especie de fenómeno de contagio con los atentados de la capital francesa, lo cierto es que varias policías europeas han detectado otros intentos de ataques terroristas de carácter yihadista, lo que vuelve a poner de manifiesto el riesgo real, la dimensión y el carácter global de la amenaza. Asimismo, algunos dirigentes políticos europeos parecen haber encontrado en este peligro yihadista una magnífica excusa para ahondar en sus políticas limitadoras de las libertades individuales y colectivas, en aras a la supuesta, y a todas luces falsa, seguridad de los ciudadanos. Pero, además, y a nivel de calle, se ha incrementado en buena parte de la ciudadanía -y la vasca no es ajena a ello- un repunte de la islamofobia y de un cierto resquemor hacia las comunidades y personas musulmanas.

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