SI se exceptúa el parte médico, donde asoman los nombres de Ibai y Aketxe, todo cuanto ocurrió en el primer partido de Champions el miércoles en San Mamés puede valorarse en clave positiva. Y lo principal en ese todo, sería que el primer contacto con la fase de grupos de la competición sirvió para situarse y extraer conclusiones interesantes para afrontar lo que viene. Después de ver cómo se las gasta el Shakhtar Donetsk, que probablemente sea el rival más fuerte o al menos no parece inferior al Oporto, el Athletic, tanto el equipo como su entorno, ya posee una muestra fehaciente de cuál es la auténtica dimensión del torneo. Si se añade que, a pesar de que fue un partido donde tocó sufrir porque hubo enfrente un conjunto mejor plantado y poderoso en el aspecto físico, el resultado es bueno, tenemos otro motivo para concluir que la cita mereció la pena.

El grado de dificultad que entraña sumar puntos a costa de equipos más curtidos, que ganan por goleada al Athletic en experiencia, invita a no perder de vista el mensaje que Ernesto Valverde ha inculcado desde que habló en el estreno de la pretemporada. El primer objetivo es la Liga, dijo, y tiene más razón que un santo. En Europa se sale a competir, pero Europa nunca puede convertirse en una distracción. Dicho de otro modo: es el sábado, con el Granada delante, cuando hay que echar el resto, no ya porque solo haya tres puntos en el casillero, sino porque sin una colocación desahogada en la tabla, la aventura de la Champions empezaría a ser un lastre, le pesaría al equipo como un muerto. Solo haciendo los deberes en el ámbito doméstico, es posible encarar con garantías citas como la fijada para el día 30 en Borisov.

También ahora podría recordarse esa manía tan extendida de utilizar el término “disfrutar” como planteamiento vital para la disputa de encuentros internacionales. Es evidente que carece de sentido. Desde luego, no lo tiene para el Athletic, que por potencial está forzado a ir con cuanto posee siempre, en cada jornada de Liga y, por supuesto, en cada incursión en el ámbito continental. Para ilustrar esta reflexión, basta con reparar en que Mircea Lucescu acostumbra a dosificar a buena parte de sus mejores hombres en sus partidos de liga. La mitad de los titulares que puso en San Mamés descansaron el fin de semana previo. Se lo puede permitir debido a la debilidad de muchos de los clubes ucranianos. Esto se traduce automáticamente en frescura para, por ejemplo, visitar Bilbao.

respeto En cambio, Valverde está prácticamente calcando el once en todos los partidos oficiales celebrados desde que se midió al Nápoles. No es casualidad por tanto que el pasado miércoles diese la impresión de que el Athletic tenía serios problemas para imponer su ley en las disputas y para seguir el ritmo que propuso el Shakhtar. Siendo esto así, no puede negarse que mantuvo la entereza hasta el final, aunque no pudiera desplegar sus armas y terminara derrengado, cuando lo habitual es que en Liga aparezca más poderoso que la mayoría de sus rivales. De aquí cabe sacar otra lectura positiva: por encima de la desventaja comentada respecto al Shakhtar, el Athletic compitió, tuvo capacidad para sujetar a las balas brasileñas y, en definitiva, con ese esfuerzo se ganó su respeto. Es lo que se dedujo de las precauciones que observó el oponente, especialmente en el tramo final, así como de las declaraciones de su técnico.

Siguiendo con el tema del respeto, la concluyente eliminación del Nápoles supuso una advertencia en toda regla para quienes comparten grupo con el Athletic. De acuerdo en que el Shakhtar acertó en la puesta en escena, aunque se abstuvo de permitirse alegrías. Jugó muy serio y le salió bien, intimidó lo suficiente como para eludir que aflorase la agresividad y decisión que se llevó por delante a los napolitanos. Vamos, que Lucescu no las tenía todas consigo. Este mismo argumento, la referencia de esa exitosa ronda previa, da pie a confiar en que en el futuro los rojiblancos exhiban sus virtudes y se codeen para acceder a la siguiente fase.

La frase que mejor condensa la realidad del Athletic salió de los labios de Valverde: “Somos los últimos en llegar”. Es rotunda, no admite matizaciones. Hasta los pobres del BATE Barisov han tomado parte en tres de las cuatro últimas ediciones de la Champions. Se trata de datos objetivos, no obstante de la misma naturaleza son el empate arrancado en San Paolo, el triunfo de la vuelta en casa y el reciente empate con el Shakhtar. Un bagaje que avala al Athletic como un competidor nato, no en vano hablamos de retos complicados. El 0-0, fruto de una pelea muy equilibrada, que en boxeo probablemente hubiese constado como derrota a los puntos, en absoluto se ha de interiorizar como un tropiezo o un paso atrás, sino como parte del aprendizaje de un alumno aventajado.

Y una vez repuestos los músculos y despejada la cabeza, conviene aparcar este negocio de la Champions y mentalizarse para la rutina liguera. Hasta que dentro de dos semanas toque sacar el pasaporte del cajón, las obligaciones se llaman Granada, Rayo Vallecano y Eibar. Tiempo para las aportaciones correspondientes de San José, Iraola, Susaeta, Unai López, Erik Morán o quien Valverde crea oportuno.