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Falsarias

“¡Que no nos sigan engañando! En política, tanto las izquierdas como las derechas han dejado de existir. Son falsarias. Ya solo se puede hablar de dos formas de funcionar; Dictadura o Democracia y tanto los unos como los otros solo ejercen la primera”. Con cuánta amargura me lo decía mi buen padre años antes de morir: “Dispón, hija, de mi voto como más útil te parezca porque yo me he desengañado del comunismo y del socialismo”. Él, que había sobrevivido a dos guerras: la de África, por ser llamado a filas, y a la Guerra Civil, en el bando republicano. Conocía muy bien, por ello, las ideologías de la izquierda y también las de la derecha, que tanto daño causaron. “Pero estas -decía-, siempre han sido igual, ni han cambiado ni cambiarán nunca”. Primaban los ideales, los deseos de justicia social: derecho a un trabajo y salario digno, etc. Pero ganó la dictadura de Franco, todos esos ideales tuvieron que defenderse en la clandestinidad y muchos ciudadanos sufrieron las consecuencias. “He tenido que asistir, desgraciadamente, a la claudicación del socialismo ante el ejército, con Felipe González; ver venderse a Carrillo por un plato de lentejas, (con buenos sacramentos, claro), contemplar cómo los sindicatos más fuertes se confabulaban con las empresas para arrinconar y desgastar a los pequeños, siempre a cambio, claro está, de inmunidad y seguridad para ellos y los suyos. Mi lucha ha concluido. Sois vosotros y vuestros hijos los que ahora seguiréis luchando porque después de tanto sufrimiento intuyo un retroceso brutal”. ¡Cuánta razón tenías padre! El retroceso ha sido brutal y los ideales han sido devorados por la corrupción, tanto de las llamadas derechas como de las mal llamadas izquierdas. Y lo peor de todo es observar que la ciudadanía aún no ha madurado lo suficiente como para desenmascarar a cuantos se envuelven de populismo para ocultar su falta de democracia, dedicándose a segmentar, difamar y acusar falsamente a quienes actúan con la democracia que ellos solo conocen de oído. Su única meta es desgastar al adversario y hacerse con el poder para después olvidarse del pueblo.