EL presidente de Estados Unidos, Barack Obama, autorizó el pasado jueves los bombardeos selectivos contra objetivos yihadistas del Estado Islámico (EI), una milicia radical extremista y extremadamente violenta que pretende implantar un nuevo régimen islámico integrista en Oriente Próximo. La nueva operación militar norteamericana tiene lugar casi tres años después de la salida de sus tropas en 2011 tras una cruenta, ilegal y muy polémica invasión de Irak en 2003. Obama ha tenido que vencer sus propios miedos y fantasmas para autorizar esta intervención de su Ejército. No en vano gran parte de su triunfo electoral y del inexorable declive del expresidente George Bush fue su firme oposición a la guerra de Irak. La población norteamericana se encuentra aún obsesionada, dividida y en parte traumatizada por las consecuencias que tuvo la invasión, que costó la vida a decenas de miles de personas, muchos de ellos soldados de los EE.UU., sin un resultado claro. Sin embargo, poco tiene que ver aquella intervención con la ahora llevada a cabo bajo el mandato de Obama. Los bombardeos se producen en un contexto muy diferente y también muy complicado. La principal razón -además de la más vendible para su ciudadanía como es la de proteger al personal de EE.UU.- es frenar el peligroso avance yihadista del Estado Islámico, que ya se extiende por Irak y Siria, amenaza a otros países como Líbano, donde ya se han producido duros combates, y podría acechar a amplias zonas, como Turquía o Jordania, sin olvidar a Israel. Aunque es cierto que EE.UU. tiene en la zona fuertes intereses económicos y pretolíferos, la situación a la que ha abocado la milicia yihadista es dramática, con una brutal persecución y asesinato de centenares de personas -más allá de la guerra en Siria-, principalmente de las minorías de cristianos y yazidíes -acusados de herejes- en lo que está muy cerca de constituir un genocidio religioso en toda regla, con decenas de miles de huidos. De momento, los bombardeos han dado oxígeno al Gobierno iraquí y a las fuerzas kurdas, y 20.000 yazidíes que estaban aislados lograron ayer huir del cerco yihadista. Otra cosa es que la apuesta de Obama tenga el éxito esperado a medio y largo plazo en su declarado objetivo de que no haya una “solución americana” al conflicto, sino una “solución duradera” que sería “la reconciliación” entre iraquíes. Las bombas no suelen apaciguar.