EL Partido Popular del País Vasco liderado por Arantza Quiroga se encuentra en una encrucijada permanente en la que sus posiciones parecen dar bandazos a veces incomprensibles y su política en los grandes temas de país y de alianzas hace aguas por todas sus estructuras. Hace ya catorce meses que Quiroga accedió a la presidencia del partido con un discurso pretendidamente centrado, dialogante y renovador en el que ella misma se presentó como la voz del PP en Euskadi y como interlocutora única de los populares españoles con el nacionalismo vasco, a quien se ofrecía poco menos que como mediadora en asuntos clave de negociación con el Gobierno de Mariano Rajoy. Nada de eso ha sido así. Tras una primera etapa de lógica transición, de inconcreción e incluso confusión con una dura lucha interna entre las dos almas del partido, el PP se está instalando en una radicalidad poco racional que le está alejando del cuerpo central de la política vasca. Hace unas semanas, anunció, no sin sorpresa para propios y extraños pero impulsada por un fracaso electoral en los comicios europeos donde perdió nada menos que 40.000 votos, un cierto viraje para “modificar ciertas posiciones” iniciado con un cambio de opinión con respecto a la continuidad de la central nuclear de Garoña. Nada más se ha vuelto a ver de ello y la ciudadanía percibe una desorientación preocupante. No hay más que examinar los últimos estudios -tanto del Euskobarómetro de la UPV/EHU como el Deustobarómetro- para ver que el PP vasco camina casi sin remedio de la irrelevancia política hacia la marginalidad. Quiroga no ha sido capaz de cambiar el rumbo. De hecho, la propia líder no es referencia en la política que sigue el partido, marcada primero desde Madrid y después por un Carlos Urquijo que desde su atalaya como delegado del Gobierno en Euskadi está condicionando con sus decisiones y recursos el camino a seguir. Así, Arantza Quiroga parece atrapada entre lo que quisiera poder hacer y lo que ni siquiera puede iniciar. Sus últimos exabruptos contra el PNV -“si fuera por ellos ETA hoy seguiría matando”- y su constatación pública de que se le “han quitado las ganas” de mediar entre el nacionalismo y el Gobierno indican que puede haber elegido por fin un camino, pero probablemente el equivocado.
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