LA brutalidad machista ni siquiera ha esperado un día y Andina, la joven asesinada el lunes en Mungia, no es ya su última víctima. Ayer, la localidad barcelonesa de Gelida revivía el drama con la tercera muerta en 24 horas en el Estado (decimosexta en 2014), donde desde 2003 las mujeres asesinadas por el insoportable terrorismo machista se elevan a 722, a una espeluznante media de una cada seis días durante algo más de una década. Es el extremo más dramático e irremediable de la mayor tragedia que desangra a la sociedad: solo en Euskadi -25 mujeres asesinadas en diez años- y solo desde 2007 según cifras oficiales se han producido 26.643 denuncias por la mal llamada violencia de género -3.444 el año que menos (2007) y 4.125 el que más (2011)-, que suponen diez denuncias cada día... a pesar de ser la tasa más baja (69 denuncias por cada cien mil mujeres) de todo el Estado (155). Cifras que sin embargo guardan, más allá de su frialdad, nombres. De mujeres, madres, hermanas, hijas. En Euskadi, el de Andina el lunes, el de Amagoia el pasado año, los de Ángeles y Teresa en 2012, de Cristina y Rosario en 2011... Muertes que desvelan impotente el esfuerzo en la protección y la prevención que año tras año incrementan los poderes públicos -algunos poderes públicos al menos- ante la banalización social de la violencia, ante la despersonalización de la sociedad, que lleva en tantos casos a contemplar esa violencia desde el temor o la insensibilidad; y ante los efectos directos de conjugarla con la pretendidamente incorregible laxitud en la demanda del respeto a la igualdad absoluta de derechos entre mujeres y hombres; hasta viciar incluso el cumplimiento de la exigencia de las responsabilidades penales de la violencia machista. Porque es esa dejadez a la hora de corregir e impedir criterios de desigualdad, tan extendidos y diversificados, la que permite e incluso abona la absurda pero peligrosamente perenne ideología de la superioridad de género; y por tanto sus consecuencias, también las extremadamente irracionales y violentas. La protección de las víctimas, de algunas víctimas, aquellas a las que se puede proteger; y la persecución de los agresores, que debe ser de absolutamente todos los agresores, es necesaria pero no suficiente. Como sucede con otros fenómenos de violencia, sólo la exaltación social de la conciencia individual opuesta al machismo podrá fin a una tara histórica.
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