EL referéndum celebrado ayer en Crimea supone un punto de inflexión clave en el conflicto que se ha abierto en Ucrania tras la precipitación de los acontecimientos que llevaron a una amplia protesta social que terminó con la irregular destitución del presidente Yanukovich y el fin de su régimen corrupto y no democrático y su sustitución por unas autoridades no reconocidas y que tampoco responden a los cánones democráticos. La consulta crimea para su incorporación a Rusia supone un salto adelante grave, pero que no es ni el primero ni a buen seguro será el último. Ni siquiera el más trascendental. Según las primeras estimaciones, ayer votó el 80% de los crimeos, una cifra alta, aun teniendo en cuenta la trascendencia de la decisión ya que los líderes de una de las etnias que componen el complejo puzzle socio-religioso de la región, en este caso la tártara, habían hecho un llamamiento al boicot. Los sondeos a pie de urna apuntan, además, a una aplastante mayoría de más del 95% de los votantes que han optado por la esperada anexión a Rusia. La amplia participación en el referéndum y los más que previsibles resultados serán utilizados por Moscú como elementos legitimadores de su ilegal estrategia. Sin embargo, es necesario poner estos resultados en cuestión. A la evidente ilegalidad de la propia consulta tanto desde el punto de vista de la propia normativa ucraniana como desde la legalidad internacional y a la tendenciosidad de las preguntas hay que añadirle el clima de tensión e intimidación que se ha vivido en Crimea en los últimos días, con un férreo control militar por parte de elementos pertenecientes al ejército de Vladimir Putin o de paramilitares tras una ilícita invasión y con enfrentamientos violentos y sin que haya existido el más mínimo control o verificación de organismos internacionales independientes. Con todo, el reto está lanzado. De nada han servido los esfuerzos diplomáticos y las amenazas de sanciones por parte de la ONU, EE.UU. y la Unión Europea, que sigue jugando un papel prácticamente nulo en la esfera internacional. La pregunta, tras este referéndum y tras estos resultados, es ¿y ahora, qué? Todos los escenarios están abiertos, pero hay un riesgo serio y muy cierto de conflicto violento abierto, de guerra, que la comunidad internacional no puede desdeñar. Tarde, como casi siempre, pero es la hora de la diplomacia.