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Por qué el porno es gratis en internet

HACE años, cuando la web comenzaba a ser utilizada para fines comerciales, uno de los modelos de negocio más habituales consistía en la suscripción: el cliente paga y a cambio se le da una clave con la que podrá descargar contenidos del tipo que sea: juegos, informes comerciales, bases de datos o, más comúnmente, pornografía. Como se sabe, lo de pago está de capa caída en internet y la industria del entretenimiento para adultos no iba a ser una excepción. Pero a diferencia de las productoras de Hollywood, que persiguen las descargas ilegales y el P2P a golpe de porra policial y bufete de abogados especializados en la lucha contra la piratería, el porno ha reaccionado ante la compulsiva gorronería de la red con el ímpetu creativo que es de esperar en todo negocio inspirado por imperativos económicos puros, con un mercado emplazado más allá del buen gusto y en ocasiones al borde de lo legal.

Innumerables sitios web ponen gratuitamente a disposición del internauta un vasto inventario de fotografías y vídeos porno de calidad. No se trata de material casero, sino de imágenes digitales de alta definición que cualquiera se puede descargar con un simple clic y lo más sorprendente es que las empresas propietarias de los derechos parecen estar conformes con este expolio. ¿A qué viene tanta generosidad? ¿Por qué la industria del porno renuncia a su modelo tradicional de suscripciones en favor de un reparto gratuito e ilimitado? ¿Conjura masónica? ¿Oscuros manejos del club Bilderberg? ¿Quizá alguien se ha empeñado en convertir la pornografía en un elemento clave de la cultura popular de masas? Ni mucho menos: detrás de este fenómeno de la pornografía gratis en internet no hay más que consideraciones económicas que se explican por sí mismas con la misma claridad que las motivaciones que impulsan al consumo de un producto cultural tan primario. Ante todo es preciso aclarar que, por astronómicas que nos parezcan las cifras que se dan en los medios, el volumen de dinero que mueve la industria del entretenimiento para adultos no es tan ingente, ni siquiera en Estados Unidos, donde se encuentran la mayor parte de las mecas del ocio adulto. La información es poco fiable y las estadísticas una auténtica chapuza. Con frecuencia se compara la facturación de unas empresas con los beneficios de otras y no pocas veces las cifras simplemente se inventan. Aunque lo presenten como un gran imperio económico, el porno, pese a su indiscutible popularidad, no es más que un sector marginal. Nada comparable pues a la industria del automóvil y no digamos ya el petróleo.

Sí es cierto, no obstante, que sus repercusiones sociales y morales van más allá de la macroeconomía y la participación en el PIB, debido sobre todo a que los contenidos pornográficos están al alcance de todo el mundo, incluyendo menores. Algunos informes hablan de niños pequeños que ultrajan a sus canguros en un intento de imitar lo que ven en el PC de sus papás. Los educadores alertan sobre las consecuencias que estas nuevas adicciones pueden tener sobre el desarrollo infantil, el problema de la violencia de género y otras lacras sociales. El balance también es desastroso para la economía de la información: el 80% de los troyanos que infestan los ordenadores de particulares y empresas y que se dedican al robo de datos, al phishing, los ataques de denegación de servicio o, aún peor, al intercambio de pornografía infantil, han logrado instalarse como resultado de la navegación irresponsable por páginas porno.

Hay un negocio que resulta mucho más rentable que la pornografía. Se trata de la prostitución. Ya hace tiempo que dejó de ser una actividad clandestina y marginal. Ahora está administrada de manera profesional y organizada en redes que controlan toda la cadena de suministro: desde los países de origen de las mujeres en regiones deprimidas de Suramérica, África, Europa Oriental y Asia, hasta los centros de consumo situados en grandes ciudades, zonas turísticas y clubes de carretera. Como resultado de la globalización y la incorporación de técnicas de gestión avanzadas, el oficio más antiguo del mundo ha experimentado procesos de reestructuración similares a los de las multinacionales y empresas de alta tecnología. Al no haber impuestos ni cargas sociales, los rendimientos son muy elevados, mucho más que en el caso de la pornografía. Por supuesto, existe el problema de cómo lavar los beneficios. Durante los últimos años, las fuerzas del orden han adquirido experiencia en la investigación de entramados de sociedades interpuestas y reclutar mulas ya no resulta tan fácil como en otros tiempos.

La solución está en internet. Cualquier página que ofrezca porno gratuito, con el número desproporcionadamente alto de visitas que recibe, es el lugar ideal para que empresas de publicidad -muchas de ellas pertenecientes a las mismas redes de prostitución- coloquen anuncios mediante sistemas del tipo pay-per-click u otros similares que permiten convertir en ingresos legales el dinero procedente de las redes de explotación de seres humanos. La operación se verifica de manera automática, sin intermediarios ni riesgos. Estos sistemas también permiten lavar sumas de dinero vinculadas al tráfico de drogas, el traslado de inmigrantes ilegales o el terrorismo. Finalmente, los sitios de pornografía gratis, alimentando de manera masiva una afición que ocasionalmente desemboca en el deseo de hacer realidad lo que se ve en la pantalla del ordenador, contribuyen a sostener la demanda de servicios de prostitución. De este modo, el ciclo queda cerrado en un perfecto círculo de autosostenibilidad perversa.

Recientemente, países progresistas como Francia o Suecia, con una mentalidad tradicionalmente permisiva y liberal, han comenzado a mirar con preocupación estas tendencias y se muestran cada vez más dispuestos a intervenir en diversos escenarios -descargas ilegales, economía sumergida, prostitución- no ya con el propósito de luchar contra la delincuencia organizada y el fraude fiscal, o para defender los derechos de las personas explotadas, sino dispuestos a tocar un ámbito hasta la fecha considerado poco menos que sacrosanto: la voluntad soberana del consumidor. Perseguir al putañero, hostigarle con cámaras de vigilancia a la entrada de los locales de alterne, ponerle multas, avergonzarle ante su familia y el vecindario, ya no tiene que ver con planteamientos reaccionarios, sino de responsabilidad social. O más bien, tratándose de nuestros vehementes e inquietos vecinos franceses, con una razón de Estado.