DE paradójica se podía tachar aquella realidad, cuando aún defendía el régimen franquista en 1956 la arquitectura de Juan Herrera, Ventura Rodríguez o Juan Villanueva, tal y como constató en una alocución José Antonio Girón, ministro de Trabajo, ante un público compuesto exclusivamente de arquitectos, para acto seguido arremeter contra la modernidad en la arquitectura.

Si algo destacaba en el film El Manantial, de King Vidor, fue Howard Roark, el arquitecto que luchaba contra el clasicismo y se enfrentaba a la mayoría de la sociedad que le trataba de hacer ver lo absurdo que era el camino de la modernidad. Cuando fue estrenada en Madrid, en 1954, en los cines Palace y Pompeya, tuvo, según sostuvieron los arquitectos de la época, un efecto crítico y de apoyo para quienes luchaban contra los valores tradicionales franquistas y anhelaban, en cambio, aquellos otros que llegaban de los Estados Unidos.

Estos nuevos valores, sin embargo, empezaron a ser conocidos unos años antes, con la creación de la United States Information Agency (USIA), dependiente del Departamento de Estado, con aquellas campañas culturizadoras a gran escala. Lograron no solo un alcance masivo tratando de inculcar los valores estadounidenses sino que lo harían en un Bilbao de los años 50, aún de la pobreza, del hambre, de los cupones, de las cartillas de racionamiento, de los suburbios que rodeaban la villa. Un Bilbao de los extraordinarios déficits en viviendas e infraestructuras. Por lo que su impacto sería mayor de lo esperado.

En Bilbao se inició una campaña informativa y cultural a partir de 1950, a través de las Casas Americanas -año en el que Stanton Griffis fue nombrado embajador estadounidense para España-, en las que se ensalzaban los valores propiamente norteamericanos como democracia, igualdad de oportunidades, bienestar, consumo, productividad económica?Un instrumento que serviría para popularizar el modo de vida americano. Toda esta campaña en Bilbao tuvo una duración de algo más de una década, durante los años 50, lo que suscitaría poder cambiar no solo los hábitos y su realidad sino que también los ideales y los anhelos de muchos bilbainos.

El que fuera embajador de los Estados Unidos, Lincoln McVeagh, sostuvo que las Casas Americanas -incluyendo la de Bilbao, hubo seis casas más en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Cádiz y Zaragoza-, tenían bibliotecas con obras cuidadosamente escogidas (llegaron a tener 5.000 socios en Bilbao y 10.000 lectores mensualmente), en donde se explicaba qué eran los Estados Unidos, su civilización, sus ideas y su tecnología. También se presentaban filmes, conferencias, coloquios y conciertos, que no hicieron sino aumentar el conocimiento que se tenía de los Estados Unidos y ayudaban a comprender sus principales ideales. Pretendieron con ello estimular el intercambio cultural y fomentar una mayor comprensión de lo americano. Este mismo embajador inauguraría en 1952 otra herramienta que iría en esa misma línea: el Instituto de Estudios Norteamericano.

En la Casa Americana se celebraban certámenes de pintura y fotografía, concursos literarios, que fueron organizados por la Asociación Cultural Hispano Norteamericana, siendo Jay Castillo director de la Casa Americana en Bilbao. Cuantitativamente mayores fueron los numerosos coloquios de estudios norteamericanos sobre aspectos tan variados como la economía, educación, comunicación, legislación laboral, ciencia, arte, tecnología, humanidades, cultura, astronomía, política exterior o sobre la música norteamericana. Así como las exposiciones itinerantes en torno al libro norteamericano, de William Faulkner, John Steinbeck, William Saroyan, Walt Whitman o George Ripley y sobre la admirada por muchos prensa norteamericana.

Otro instrumento culturizador a destacar fueron las sesiones de cine y de proyección de documentales desde la Casa Americana, que eran quincenales y lo hacían con noticiarios cinematográficos sobre la industria doméstica, arte, geografía, nuevas tecnologías aeroespaciales, béisbol, futbol americano, Pittsburgh, el puente de San Francisco, la Bolsa de Nueva York, la Biblioteca del Congreso, el día de Acción de Gracias, Abraham Lincoln?

También posibilitó el acceso a becas desde la Casa Americana a los bilbainos para estudiar en las universidades de Harvard, MIT o para asistir a los seminarios en el Instituto de Educación Internacional de Nueva York, a través del American Field Service o el Foreing Operations Administration para los ingenieros en Estados Unidos. Así como se ofertaban las becas para los viajes patrocinados por la Comisión Nacional de Productividad Industrial para técnicos e industriales, sobre prefabricación, investigación industrial y nuevos materiales?A partir de 1960 procederían con las becas Fullbright.

En los años 50 aumentó aún más la relación cuando Jonh D. Lodge inauguró la Exposición Átomos para la paz en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, gracias a la Casa Americana y a su donación de libros y documentales, e hizo posible que sus alumnos pudieran acceder a viajar a Estados Unidos para estudiar en sus centros especializados en energía nuclear.

El embajador Jonh Davis Lodge aseguró que en su país Bilbao era una ciudad muy conocida por su tradición naviera y pujanza industrial. Tal y como sostuvo otro embajador, James C. Clement Dunn, Bilbao era conocido en Estados Unidos como el Pittsburgh español. En 1960, por iniciativa del director de la Casa Americana en Bilbao, Abraham Hopman, y el alcalde de Pittsburgh, Josep Barr, suscitaron la posibilidad de hermanar Bilbao con Pittsburgh.

La Cámara de Comercio Americana de Bilbao suscitó que comisiones comerciales americanas -a cuyo frente estuvieron William Beach, Fisburgh Granger y Clarence Renetting- llegaran para ahondar en negocios con la banca, la industria y el comercio de Bilbao. También sostuvieron fomentar las ferias de muestras y celebrar el Día de los Estados Unidos, por ser un medio para el fomento no solo del comercio sino también el de las relaciones con los Estados Unidos. Las inversiones de capital americano que llegaron a Bilbao, según Milton Barall, director de la misión americana, fueron notorias en el tren y la fábrica de laminaciones en Echevarri para AHV y Basconia, con 1.200 millones de pesetas o para la central térmica de Burceña, con 3.750.000 dólares. Estas inversiones solo fueron el principio.

También se promovieron en la Casa Americana las jornadas de convivencia hispano norteamericanas, que fueron coloquios en los que contaban experiencias los estudiantes e intelectuales que habían viajado a los Estados Unidos. Además de darse conferencias sobre el panorama del cine norteamericano o cursos sobre la literatura de Washington Irving, también celebraban coloquios sobre el arte en los Estados Unidos o sobre la arquitectura norteamericana y las creaciones más significativas de los arquitectos estadounidenses en los años 40 y 50.

En el salón Washington Irving de la Casa Americana de Bilbao, sita en la calle Buenos Aires 1, se organizaron conferencias en esa línea, de arquitectos como Félix Íñiguez de Onzoño apadrinado por Eugenio Aguinaga, vicepresidente de la Asociación Cultural Hispano Norteamericana, titulado Impresiones de un arquitecto en Norteamérica sobre cómo trabajaban, el panorama urbano, características comunes de las ciudades norteamericanas, el contacto con las masas de los rascacielos, aspectos plásticos, destacando las ciudades campamento del Oeste o las observaciones sobre la construcción. Fue algo usual que hubiese conferencias de intelectuales de la talla de Julián Marías, que fue profesor en el Wellesley College y en Harvard, y que disertó sobre la cultura y la vida norteamericana.

Desde esta Casa Americana, trataron de inculcar en la sociedad bilbaina conceptos como libertad, defensa de las tradiciones, construcción de un mundo mejor, o de barrera y oposición a las doctrinas destructoras y a la propaganda y acción comunista.

Hubo, no obstante, un claro beneficio en aquella política hacia las élites franquistas, que pretendían modernizar el país, pero hacerlo sin cambiar el régimen dictatorial. Captaron los americanos de esa manera a los sectores influyentes del régimen, ganando nuevos propagandistas para su causa. Tal vez por ello Lodge sustentara la muy buena amistad que les unía con Areilza, Lequerica, Iturmendi o Castiella.

A la Casa Americana, también hubo quienes la pretendieron atribuir, tal y como lo hizo el New York Times, de haber sido un haz de luz frente a la oscuridad del régimen franquista, una isla de la libertad, y no por lo que pudo sostener el secretario de Defensa George W. Marshall en 1950 sobre que "los Estados Unidos era un arsenal de la libertad" sino porque en la Casa Americana los bilbainos podían acceder, entre otras cosas, a leer diarios y revistas de tirada internacional, en los que se criticaba abiertamente al régimen franquista, cosa que en España no ocurría con un régimen dictatorial que no permitía la crítica y unos periodistas españoles que únicamente daban noticias "buenas y amables" de la España de Franco.

En 1961 se cerraba definitivamente la Casa Americana de Bilbao -si bien se mantenía la Asociación Cultural Hispano Norteamericana sita en Alameda Recalde que tenía entonces de presidente al catedrático Fernando de la Fuente- junto a un grupo de casas americanas de diferentes países europeos, porque la idea era, una vez conseguida aquella americanización, trasladarlas al continente africano y proseguir con su exitosa política como herramientas culturizadoras de los ideales estadounidenses, que se tenían como símbolos de aquella pretendida modernidad.