LA muerte "en paz" de Nelson Mandela a los 95 años de edad, aunque esperada desde hace meses sobre todo a raíz del irreversible empeoramiento de su estado de salud que le llevó a varias hospitalizaciones, ha causado un gran impacto en todo el mundo, una conmoción a todos los niveles que solo un gran líder, una persona íntegra y de convicciones profundamente humanas, democráticas y libertarias puede concitar. No ha habido prácticamente excepciones -lo cual ya de por sí es excepcional- a la hora de valorar lo que Madiba -su cariñoso apodo, que significa el abuelo- representaba y el vacío que su fallecimiento deja en la lucha mundial por las libertades, los derechos humanos en su plena expresión, la paz y la dignidad de todos los pueblos, siempre mediante la utilización de medios exclusivamente pacíficos. Con Mandela desaparece mucho más que un símbolo de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, uno de los sistemas político-sociales más oscuros, más intrínsecamente inhumanos, crueles e injustos de la reciente historia de la humanidad, cuyas consecuencias aún perviven entre la población sudafricana y cuya esencia fundamental, el racismo más rampante, continúa por desgracia vigente en muchas partes del mundo. El hombre que logró pasar de la cárcel -donde permaneció en durísimas condiciones 27 años- a la presidencia de su país -el primer dirigente negro- es uno de esos escasísimos líderes que han trascendido a su propia historia para convertirse no ya solo en símbolo sino en referente ineludible y ejemplo a seguir para millones de personas que sueñan con un mundo más justo, igualitario y libre. Nelson Mandela -premio Nobel de la Paz en 1993- deja una herencia de conducta personal y de liderazgo e ideario políticos incuestionable que debería servir de guía a cualquier dirigente de hoy y del futuro inmediato. Porque fundamentalmente, y más allá de su lucha concreta contra el racismo y de la coherencia de sus métodos, el legado más revolucionario de Madiba es su incorruptible apuesta -ganada, además, y a pulso- por la reconciliación entre dos mundos en los que anidaba un odio visceral que parecía insuperable y su concepto de respeto y reconocimiento del enemigo, ese al que hay incluso que comprender y con el que hay que dialogar y hacer la paz. Grandes lecciones de un gran líder.
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