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Camus o la imposible identidad compartida

RECIÉN cumplido el centenario del nacimiento del escritor, filósofo y moralista Albert Camus -Mondovi (Argelia), 1913-Villeblerin (Francia), 1960-, el segundo premio Nobel de literatura más joven de la historia sigue suscitando reconocimiento y admiración tamizada por la crítica a su obra filosófica, que se dice superficial, o sobre todo a su posicionamiento ideológico, que pasó de una inicial rebeldía antisistema a un final alineamiento contra la independencia de Argelia. La frase pronunciada en un debate con estudiantes suecos al día siguiente de recoger el premio Nobel -"Creo en la justicia, pero defenderé a mi madre antes que a la justicia"- en alusión a la situación argelina cuando terrorismo y antiterrorismo se batían el cobre con decenas de miles de muertos por medio, le acompañó el resto de su corta existencia y le acompañará para siempre. Aquella frase se pronunció tal cual. La presencia en el debate de una corresponsal del diario Le Monde, que la grabó, resultó definitiva para su conocimiento público por más que el embajador francés en Suecia tratara de conseguir la cinta ¿para hacerla desaparecer?

Su madre significaba mucho para Camus. Nacido en un poblacho del Constainois, este de Argelia, su padre era capataz en un viñedo, apenas un poco menos pobre que los indígenas argelinos que suponían un 90% de la población total, mayoritariamente analfabetos y abandonados a su suerte. Camus padre fue llamado a filas cuando estalló la I Guerra Mundial y murió a las pocas semanas de iniciada la contienda. Como resultado, la familia empobreció aún más y tuvo que trasladarse a la capital Argel para sobrevivir al amparo de unos tíos un poco mejor situados y de una abuela materna de origen menorquín y armas tomar. El barrio de Belcourt, totalmente arabizado cuando yo lo conocí muchos años después, nada tenía que ver con aquel en el que se instalaron Camus, su madre y su hermano. Era entonces un almacén humano de desheredados europeos: franceses, italianos, españoles, griegos? La colonización francesa, repleta de palabras grandiosas como civilización, progreso, derechos humanos, apenas ocultaba que los beneficios de la misma se quedaban entre los dedos de unas decenas de familias de colonos ricos, unos funcionarios coloniales con sobresueldo y buscavidas de diverso pelaje. Los europeos pobres, a quienes los árabes llamaban pieds noirs (pies negros) porque ellos sí calzaban zapatos, estaban un escalón por encima de los indígenas. En definitiva, de Belcourt solamente se podía salir con un golpe de fortuna que, en el caso de Camus, se llamó educación y se apellidó monsieur Germain, a quien dedicará su premio Nobel, un maestro radical-socialista, posiblemente masón, enamorado de su oficio y dispuesto a redimir de la pobreza por medio de la cultura a los mejores de entre sus alumnos. Louis Germain observó el interés de Camus por la lectura, que tenía el sabor del fruto prohibido pues su tremenda abuela le tenía predestinado para el oficio de tonelero desempeñado entonces por su tío y luego por su hermano. La madre de Camus no contaba. Obediente hija, jovencísima viuda controlada por una madre que espantaba pretendientes, ganaba algunos francos limpiando ropa ajena. Era además sorda y analfabeta. Insisto en lo último porque el amor filial de Camus sobrevuela toda su existencia y da cierto sentido a la polémica frase que pronunció en Estocolmo.

Camus consigue entrar en el Liceo y luego en la Universidad de Argel. Sus amigos son sus pares, hijos de europeos pobres y algún judío de familia establecida en Argelia desde hacía siglos. Muy pocos árabes o cabilas. Todo en la corta vida de Camus acontece pronto, incluido su primer y segundo matrimonio y una posterior larga lista de amoríos, y muy joven ingresa en el Partido Comunista, que abandona a la primera de cambio en apenas seis meses. Camus nunca fue un comunista ortodoxo, aparatero o seguidor de consignas. La línea del partido sobre la cuestión argelina, todo para los árabes pero sin fijar plazo concreto, le llevó a su abandono. Camus, que se definía como francés de Argelia, creía en una Francia republicana capaz de integrar a los indígenas con plenitud de derechos, como buenos franceses. En esto recuerda al también escritor Jonathan Swift, el de Los viajes de Gulliver, primer intelectual irlandés en proponer la autonomía respecto del Reino Unido.

Camus alcanza igualmente joven el éxito literario -es su sino- con su novela El extranjero, y confirma este éxito con otro, La Peste, y con otro más, El hombre rebelde. Es al tiempo periodista y editorialista, uno de los más dotados de la prensa francesa. Insobornable, consiguió su crédito como intelectual reconocido gracias a ser autosuficiente y financiarse de manera autónoma, ajeno a subvenciones o mecenazgos que acaban siempre prostituyendo la función del pensar libre. Además, fue un resistente contra el nazismo y dirigió el periódico clandestino Combat, pero nunca se dio aires como otros con menor compromiso; caso de Sartre, quien acabada la ocupación alemana salió disparado de su plácido refugio del Café de Flore para durante la depuración ponerse en primera línea de los inquisidores exigiendo este o aquel fusilamiento de colaboracionistas.

Y en eso estalló, 1 de noviembre de 1954, la insurrección en Argelia. Los argelinos, cien años bajo la tutela francesa, no están dispuestos a seguir otros cien. Francia había sido derrotada en Dien Bien Phu (Vietnam) y estaba negociando la independencia de Túnez y Marruecos. Pero Argelia era francesa y lo seguiría siendo, como insistían en afirmar un joven ministro del Interior de apellido Mitterrand, el presidente de la República, monsieur Coty, y hasta un arrinconado general De Gaulle. Camus insistía en la asimilación republicana de los árabes. Por el contrario, De Gaulle creía innecesario y perjudicial dar entrada en la Asamblea Nacional a "sesenta parlamentarios morachos". La insurrección devoraba vidas. El terrorismo contra civiles indignaba a Camus, que propuso un acuerdo de alto al terror del Frente de Liberación Nacional (independentistas), que atentaba en las ciudades contra civiles, así como el fin de las torturas y ejecuciones judiciales y extrajudiciales del ejército francés (concretamente regimientos de paracaidistas) en funciones de policía contrainsurgente.

Nadie hizo caso a Camus, quien se envolvió en un manto de silencio cada vez más alejado del huracán de un debate político polarizado entre los partidarios de la Argelia argelina y los de la Argelia francesa, amalgama de los colonos ricos, funcionarios, militares y los pobres europeos pied noirs que temían que la independencia les señalase la puerta de salida de Argelia hacia una Francia donde nada tenían y en la que nadie les esperaba. La madre de Camus, sin ir más lejos, no podía imaginar siquiera una vida lejos del sol mediterráneo, el bullicio de los barrios populares de Belcourt y Bab el Oued y el transitar arrastrado de los árabes por las callejas de la Casbah (Alcazaba) argelina. Camus, hasta entonces francés de Argelia, se transforma en un francés en Argelia. Propone la división de la colonia entre tres zonas reservadas para Francia, la occidental del oranesado (capital Orán), la central de la capital Argel y región circundante y la oriental del constantinado (capital Constatina). Y el resto, para los indígenas. ¿Que alguien critica que Francia se quede para sí la parte magra del jamón dejando grasa y hueso para los argelinos? Siempre se podrá argumentar, se contesta Camus, que fuimos "nosotros los franceses" quienes dimos valor a las regiones ahora ricas. Camus ha cruzado la línea y opina ya como un francés ajeno a los intereses argelinos, como francés en Argelia.

La guerra, pues de guerra se habla ya abiertamente en Francia, prosigue, y el ejército francés consigue desmantelar las células de mujaidines o fellaghas, combatientes o bandidos según el lado desde el que se mire. Inesperadamente, estos convierten su derrota militar en una victoria política, pues la guerra es una ruina económica para Francia, que apenas puede pagar la factura de su actividad militar. Comienza la parte final del drama cuando De Gaulle, de vuelta al poder tras un decenio de alejamiento, pronuncia (4 de junio de 1958) ante una multitud en la plaza central de Argel aquel "os he comprendido" que llena de equivocada satisfacción a militares, funcionarios y europeos en Argelia, convencidos de que el general confirma por siempre la presencia francesa en suelo argelino. En realidad, De Gaulle estaba ya decidido a negociar la autodeterminación con los líderes presos del independentista FLN.

En ese inestable y dramático escenario político, Camus se opone a la negociación con los independentistas. Lo cierto es que Camus ni siquiera conocía suficientemente a los indígenas argelinos. En sus novelas reducía al anonimato a los árabes, a quienes veía bajo un cliché paternalista. Al igual que cuando se aproximaba a la vida real en sus artículos de prensa, conferencias o entrevistas hablando de la independencia argelina. Se puede entender que no escribiese sobre lo que ignoraba pues su conocimiento y contacto con la lengua y cultura árabe-argelina era casi inexistente; pero resulta imperdonable que opinase desde el corazón y las tripas sobre la idea del último "abandono" de Francia, que era como él veía la independencia de Argelia, y de las "traiciones" de los políticos franceses, inaceptables mentiras para un intelectual honesto.

Desde el corazón y las tripas contestó la vehemente intervención de un joven argelino en aquel debate con los estudiantes suecos tras recibir el Nobel. Al elegir a su madre frente a la justicia, contrapuso una idea abstracta frente a una persona concreta, lo que no deja de ser un argumento parcialmente tramposo. La vinculación con su madre, fundamental para un hombre mediterráneo, le llevó a dar preferencia a la persona que le trajo al mundo frente a la justicia negada a millones de argelinos. Para Camus estaba claro que esos millones de argelinos no debían ser ciudadanos de una Argelia independiente, imposible hogar de musulmanes fanáticos, revolucionarios dudosamente democráticos y nacionalistas excluyentes de lo francés, mediterráneo y europeo. Irónicamente, los independentistas llamaban de modo despectivo a los franceses rumis o romanos, con lo que algo de razón tenía Camus al sospechar del antioccidentalismo de los argelinos. En cualquier caso, estos acertaron de pleno al no fiarse de las proclamas democráticas de los europeos, incluidos republicanos españoles exiliados que en el momento de la verdad acabaron, salvo excepciones, alineándose con los franceses unionistas.

Al elegir a su madre, Camus abandonó a millones de hijos de otras madres y de un dios para él menor, ni europeo, ni republicano, ni mediterráneo, ni clásico. Camus optó por la única identidad para él posible, la que trabajosamente se había ganado desde su pobre cuna, la francesa, dejando claro que su madre y lo que ello significaba, cultura y civilización francesa, estaba por encima de todo. En la balanza de la vida, el "remordimiento", tristeza por lo que se hizo, se nivela con el "pesar" por lo que no se hizo. La claridad de Camus en la lucha contra la tortura y la pena de muerte se torna oscura por su enfrentamiento al derecho a la autodeterminación de los argelinos. Le resultó imposible compartir dos identidades. ¿A él solo?