EN los primeros días de julio nos hemos reunido en Derry, convocados por la Comisión Norirlandesa de Derechos Humanos y por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, un grupo de personas para trabajar sobre Memoria y Derechos Culturales. No se trataba de un debate académico, a pesar de celebrarse en los neogóticos salones de la Universidad de Derry, sino de colaborar en la redacción de dos documentos que deben ser presentados ante la Asamblea General de las Naciones Unidas a finales de este año y, después, a principios del 2014, ante el Consejo de Derechos Humanos.

Dado que me tocaba asistir en representación de un Comité de las Naciones Unidas, mis reflexiones debían tener una orientación técnica y general. Así que me quedé con las ganas de cruzar muchas de las cuestiones que allí se trataban con la situación actual de nuestro país. Me desquito ahora por este medio, tratando de repasar aquí algunas de las ideas que se trabajaron pero, ahora sí, pensando en su relación con nuestra realidad.

El primer documento que trabajamos esos días trataba sobre la enseñanza de la historia, centrándose muy concretamente en la cuestión de los programas y los libros de texto, una materia de extraordinario interés para muchos países que seguramente lo sea también en el nuestro.

Aunque en los distintos instrumentos internacionales en materia de Derechos Humanos no hay referencias directas a la escritura y la enseñanza de la historia, sin duda es una cuestión que puede también trabajarse desde la perspectiva de los Derechos Humanos, sobre todo, en sociedades que salen de conflictos violentos o que están en riesgo de caer en ellos.

Ya sabemos del enorme potencial político de la historia y de la memoria, para bien y para mal, por eso es importante evitar su uso maniqueo para fines políticos, negando la complejidad de las cosas o invisibilizando, como tantas veces se hace, las experiencias de convivencia y entendimiento. La reciente polémica del simposium que se celebrará en Cataluña próximamente bajo el desafortunado título de España contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014), podría mostrarnos un modelo a evitar en nuestro país.

El informe que hemos trabajado en Derry termina diciendo que la enseñanza de la historia debe reforzar el pensamiento crítico y animar el debate abierto, subrayar la complejidad de la historia y permitir el acercamiento comparativo de varias perspectivas. Y lo que es más importante y más difícil aún: no debe servir para el propósito de reforzar el patriotismo y construir una identidad nacional concreta.

En nuestro país creo que estamos en buenas condiciones para entender esto, dado que no nos encontramos ante una sola historia nacional que por ser única pase, como en tantos lugares, desapercibida como camuflada por aparentemente natural, sino que en muchas ocasiones vemos confrontadas dos visiones nacionales que visiblemente compiten por explicarnos nuestro país. Por ese motivo deberíamos ser más sensibles que nadie a evitar abusos y utilizaciones maniqueas.

Afortunadamente, tenemos también maestros que saben esquivar los excesos de uno y otro discursos nacionales. Y es que, como se insistió en el debate , el mejor libro de texto no sirve de nada sin un buen profesor capaz de transmitir esa complejidad, esos conocimientos, esas actitudes y esos valores. Durante las jornadas tuvimos la ocasión de conocer diferentes experiencias de libros de textos compartidos entre escuelas de Alemania y Francia (con una lectura común del siglo XX y sus dos guerras), entre centros de Israel y de Palestina o de varios países de los Balcanes.

El segundo documento trataba sobre los retos de la memorialización: es decir, los memoriales, los museos y los institutos de la memoria. Se me hace difícil pensar en un tema más actual en nuestro país. Estudiamos los valores y también sobre los riesgos de los memoriales, sus carencias y sus excesos.

Nos hemos basado, por supuesto, en los cuatro pilares onusianos de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, pero intentando ir un poco más allá en relación al contexto político y social donde esa memorialización se produce. Procurando precisar además recomendaciones concretas que deberán ser aprobadas por la Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos en relación a los memoriales y a las políticas de la memoria.

Ojalá seamos capaces en nuestro país de conseguir que el diseño de los memoriales o institutos de la memoria que debamos hacer, cuente con las recomendaciones de estos instrumentos internacionales, cuente con los mejores estándares globales y reconozca las mejores prácticas y experiencias, así como los errores cometidos por otros para, en la medida de lo posible, evitarlos.

La idea de un futuro Memorial en Euskadi completamente independiente y sin coordinación con un futuro Instituto Vasco de la Memoria no parece que resulte una buena práctica que compartir o de la que presumir. En relación a este Memorial, no parece que estemos siendo capaces de construir algo mínimamente compartido, que recoja todas las violencias ilegítimas y todas las violaciones de Derechos Humanos, sin confundirlas pero sin olvidar ni despreciar ninguna. En este caso parece oportuno hacer un llamado a la cordura para compartir las experiencias de memoria.

Trabajar estas cuestiones de memoria en el ámbito de las Naciones Unidas, durante los mismos días en que nuestros periódicos reflejaban la pelea política en Euskadi y en Madrid, las más de las veces con argumentos más bien entre tramposos y circunstanciales, con motivo de nuestros futuros espacios de memoria resultó triste y esclarecedor al tiempo. Deberíamos ser capaces de tratar estos asuntos con sinceridad, con rigor, con debate de todas las diferencias, con principios claros, con toda libertad y responsabilidad, pero al tiempo de una forma más discreta, de una forma más seria, sin poner por enésima vez nuestra memoria y nuestras víctimas en el corazón de una pelea política que probablemente les ayude en muy poco.

Este encuentro se produjo en el contexto de los eventos de la capitalidad cultural de Derry (Derry Ciudad de la Cultura 2013). Ha sido un acierto que la Comisión Norirlandesa y los gestores de la capitalidad hayan sido capaces de incluir en su programa contenidos de derechos culturales al tiempo con una visión local e internacional.

Una de las recomendaciones aprobadas estos días anima a las diversas ciudades de la Cultura, y Donostia-San Sebastián lo será en 2016, a que puedan recoger este testigo y organizar eventos en relación a los Derechos Culturales.

Otro de los aprendizajes que como país creo que nos puede interesar es la excelente oportunidad de trabajo que la existencia de una Comisión Nacional de Derechos Humanos, con relaciones oficiales con las Naciones Unidas, facilita. Comisión -o instituto, el nombre es lo de menos- que, por el camino que vamos, no parece que estemos siendo capaces de construir.