ESTAMOS acostumbrados a idolatrar a personas que han tenido grandes logros: deportistas, empresarios, políticos, artistas? en definitiva, personas que destacan sobremanera en alguna actividad de renombre. Es importante el matiz de "actividad de renombre" ya que si alguien ha nacido con una habilidad especial para el lanzamiento de huesos de aceituna, solo obtendrá unos pocos seguidores en su círculo más cercano. Por tanto ya tenemos una primera selección curiosa: alguien que destaca mucho en una actividad necesita que dicha actividad tenga un reconocimiento global.
Ahora vamos a los que destacan. Pensemos en actores o en algunos empresarios. Todos nos cuentan la misma historia: desde niños tenían un sueño, pelearon por ello, lucharon sin parar, se cayeron varias veces, siempre se levantaron y finalmente su sueño se hizo realidad. Mi más cordial enhorabuena. Pero la argumentación tiene truco. ¿Cuál? Que los que no han llegado también hicieron lo mismo. Esta argumentación es especialmente sangrante cuando pensamos en personas que han sobrevivido a enfermedades muy graves, en especial la de referencia: el cáncer. Nadie les va a quitar el mérito. Pero el detalle está en que por lo menos el 90% de los que murieron de cáncer pelearon también todo lo que pudieron. ¿Cómo no lo van a hacer si pese a todo lo único que tenemos es un pequeño brote de vida que nos dura la insignificancia de unos 42.048.000 minutos (muchos menos que el déficit público)? Así pues, la regla del esfuerzo y la superación es una condición necesaria, no suficiente.
Esto nos permite llegar a la clave del asunto: cuando observamos un resultado final, sea bueno o malo, miramos hacia atrás y le damos un sentido, de manera que tenemos la sensación de que todo el camino estaba claramente dirigido hasta allí: de la misma forma que Barack Obama era tan bueno que tenía que llegar a presidente, era obvio que el 11-S unos aviones se iban a estrellar contra las Torres Gemelas. Claro, lo era cuando pasó.
Vamos a ver más ejemplos:
a) Analistas económicos. Por estadística, siempre habrá alguno que acierte. Ese es el que se lleva todo el mérito. Decimos, "es que fulanito había dicho que la Bolsa iba a caer justo esta semana". Y claro, ya tenemos un nuevo adivino.
b) Analistas bursátiles. Bastan dos anécdotas. Hace varios años, en un concurso organizado por el periódico Expansión, un mono llamado Merlín que hizo su cartera al azar (tirando dardos) batió a todos los expertos. Por otro lado, unos timadores se dedicaron a pedir dinero para jugar en Bolsa mandando e-mails. A 10.000 personas les decían que iba a subir la Bolsa, a 10.000 que iba a bajar. Con los que habían acertado repetían la operación (a 5.000 que sube, a 5.000 que baja). Y así sucesivamente. Los que sobrevivían pensaban que estaban en contacto con genios.
c) Empresarios. Metemos a todos en el mismo saco, pero hay que distinguir al que se ha hecho a sí mismo (Ortega, Roig..) del que ha sido colocado en una empresa por sus contactos o sus estudios (prefiero omitir nombres). Siempre se estudian los casos de los ganadores. Y se olvida un patrón: una inversión es rentable dependiendo de lo que hagan los demás... y eso no se puede controlar, aunque hoy en día se están desarrollando nuevas técnicas de marketing consistentes en pagar a quien pueda mover el mercado mediante recomendaciones o tenga muchos contactos en las redes sociales (en Madrid, un universitario que mueve a otros estudiantes a ir de fiesta a ciertos sitios puede llegar a ganar 6.000 euros al mes).
d) Actores. Ya lo he comentado en alguna ocasión; me parece una profesión sobrevalorada. No veo mucha diferencia entre una superestrella de cine y un actor de teatro de barrio. Y con ello no quito mérito a la superestrella; se lo doy al del actor del barrio.
e) Artistas. Julio Iglesias o Frank Sinatra tienen un nivel impresionante, gusten o no. Sin embargo, existen otros cantantes de ciertos programas televisivos que tuvieron la suerte de estar en el momento y en el sitio adecuado.
f) Políticos. No se trata de hacer la típica crítica fácil, pero el que llega a liderar un partido puede no ser el mejor. Ha tenido suerte y ha sabido mover con habilidad sus hilos. Es siempre una mezcla de estos dos factores. Pero lo pensamos al revés: como ha llegado a liderar un partido político, creemos que es el mejor. Y no es así. Es como un análisis de un futbolista: "No solo dirigió bien al equipo, sino que marcó el gol de la victoria". Y la realidad es que a partir del gol (que ha podido ser de rebote) damos más valor a lo que ha hecho. Eso es precisamente el sesgo del resultado.
Entonces, ¿qué se puede concluir? Que debemos admirar y aprender más de otras personas y no idolatrar tanto a las que salen en los medios de comunicación (incluidos entre estos algunos periodistas o presentadores). ¿Cómo no valorar el esfuerzo del empresario que pelea por su sueldo y el de sus empleados sufriendo por cada despido? ¿Y el investigador que mete más y más horas para obtener una vacuna pero se le adelanta otro? ¿Y el matrimonio que se sacrifica todo lo que puede para sacar adelante a su familia y sin embargo es desahuciado?
Por desgracia, en todos estos casos el resultado no ha sido positivo. Y en la sociedad en la que nos ha tocado vivir parece que el resultado es lo único que sirve.