COMO cada año el 9 de mayo, hemos conmemorado la publicación de la Declaración Schumann, considerada el antecedente inmediato de la Comunidad Europea. Pero, más allá de un antecedente, la Declaración representa la superación de disputas ancestrales entre los diferentes pueblos de Europa, cuyo paradigma era la rivalidad fratricida entre Francia y Alemania. Incluso por encima de esta superación, la Declaración y el modus operandi de las subsiguientes instituciones europeas, supusieron una innovación de primer orden en la forma de hacer política en un escenario supraestatal.

Asumir la paz como algo estructural y superado puede constituir un ejercicio de alto riesgo en un mundo globalizado, cuyos parámetros de funcionamiento están siendo cuestionados y son objeto de redefinición en los últimos tiempos. Sin embargo, es innegable que son varias generaciones las que habiendo crecido en un escenario de paz demandan algo más de Europa, de la Unión Europea.

Crisis y desconcierto

La crisis que estamos padeciendo, que algunos califican de crisis de valores, otros de crisis del capitalismo, está, además de poniendo en cuestión muchos de los valores de la sociedad occidental, afectando al funcionamiento de la Unión Europea y a su propia legitimidad. La Unión Europea ha dado sobradas muestras de desconcierto en los últimos años, consecuencia de su propia complejidad y de sus carencias organizacionales; pero no debemos pasar por alto que hoy las respuestas que pueden darse en una sociedad global interdependiente y extremadamente compleja, son difíciles de acordar y requieren la toma en consideración de múltiples factores a menudo interconectados entre sí.

De lo que no cabe duda es que los pueblos de Europa somos, individualmente, incapaces de dar respuesta a los retos que plantea la globalización y que, en este sentido, la Unión Europea debe ser desarrollada y percibida más como fuente de soluciones que de problemas. Para ello, la Unión deberá aportar valor añadido a los ciudadanos y estos percibirlo así. La Unión, como organización pública, deberá ser garante del largo plazo y al tiempo deberá dar respuesta a las necesidades perentorias de los ciudadanos y ciudadanas de la Unión. Entre las respuestas inmediatas habremos de situar aquellas que correspondan a las necesidades derivadas de la crisis, garantizando la dignidad de las personas y el mantenimiento del Estado de bienestar, si bien este último habrá de ser objeto de actualización. Ello supone que las políticas de austeridad que han sacudido a los países de Europa, especialmente a los del sur, deberán ser acompañadas por el contrapeso de medidas de crecimiento, so pena de socavar de manera definitiva el debilitado apoyo popular con el que cuenta el proyecto de construcción política de Europa.

Pero es que, además, la Unión puede y debe dar también respuestas a problemas específicos que afectan a áreas geográficas concretas. En este sentido, un papel activo de la Unión Europea en la búsqueda de la consolidación definitiva de la paz en Euskadi, constituiría un incentivo para una mayor adhesión al proyecto común europeo por parte de la ciudadanía vasca.

Podemos y debemos ser críticos y estar vigilantes ante las decisiones que se tomen en las instancias gubernamentales europeas pero, al mismo tiempo, debemos tener claro que no tenemos otra alternativa en el mundo global. Si como vascos queremos participar de la vanguardia mundial, lo haremos a través de Europa o no lo haremos. Cuestión diferente es qué Europa queremos para nosotros y las generaciones que nos sucedan. Pensemos en ello.