Ayer observé cómo una joven mujer hurgaba en uno contenedor de recogida de basura. De tez blanquita, melena, ojos tristes, abatida, hurgaba desesperadamente entre los desperdicios en busca de algo, de lo que fuese, de algo... Nada, no encontró nada, nada que le sirviera para lo que fuese, ese algo, esa miaja, esa pizca? no llegaba. Con la mirada en el suelo se fue calle abajo en busca de algún otro container donde lograr algo que le fuera de utilidad.
Se me puso un nudo en la garganta y casi me morí de vergüenza al pensar que la gente se muere de hambre mientras otros y otras continúan cobrando, perdón, robando de aquí y allá, gastando a gogó sin importarles un comino lo que sucede diez metros más allá, sin querer ver lo que sucede a su alrededor. Es decir, unos tienen que revolver en la basura para llevarse algo a su choza mientras otros, entre risas, se enmierdan en dinero.
Hace unos días la prensa se hacía eco de los dineros que Aznar, al que llamaban don José María, se llevó, o dejó de pagar unos años atrás en sus paseos de golf o golfeo en Madrid, Villa y Corte. Dicen que ahora el matrimonio se ha dignado a abonar los gastos que ya en 2001 subieron un pico.
Víctor Hugo, en su obra Los miserables cantó a la pobreza; Pablo Neruda escribió aquello de "Cuando nací, pobreza, me seguiste, me mirabas a través de las tablas podridas por el profundo invierno?". Dicen las Bienaventuranzas que "los pobres heredarán la tierra"? No sé si llegarán a tiempo porque cuentan que la pobreza va en aumento de forma imparable, inexorable, azotando despiadadamente todos los rincones. Afirman desde distintos estamentos que los pobres serán más pobres y los ricos mucho más ricos, y que se abrirá tanto la brecha de la desigualdad que hará falta algo más que voluntad política para atajarla. ¡Agggg! No sé para qué escribo esto si mañana, seguramente, se destapará otro fraude de algún vivales que se pavonea por las aceras de cualquier ciudad.