YA estaba tardando el PP en salir en sus calamitosas ruedas de prensa para, después de seis semanas tras la comparecencia cantinflesca sobre la indemnización en diferido, nos amanezcan con la pirotecnia de las palabras gruesas. El mejor golpe de efecto ha sido utilizar la siempre firme palabra nazi y, con su generoso calibre moral, ligarla a los escraches para poner punto y final a la polémica práctica de las plataformas antidesahucios.

Una de las más conocidas leyes de internet fue formulada por Mike Godwin y señala que cuanto más se alarga un hilo de discusión en internet la probabilidad de que alguien cite a Hitler o a los nazis se amplía y es ahí donde la discusión se cierra y a otra cosa. La sola mención del nazismo o su máximo exponente cunde tanto en el contraste entre el bien y el mal que ya no hay lugar a discusión y terminar hablando de Hitler viene a dar por finiquitado el tema. Otros consideran que la ley Godwin supone una falta de argumentos frente a aquellos que incluyen en los suyos la quinta esencia de lo peor y es posible que tengan razón, el nazismo evoca actos tan abyectos que con nada peor te pueden insultar y uno finalmente termina pasando de defender su causa a defenderse a sí mismo. Que te llamen nazi obtiene, por su deshumanización y monstruosidad, uno de los mejores efectos devastadores para desviar la atención sobre los argumentos y las acciones.

Así Cospedal en sus tesis reduccionistas ha sacado a pasear el Tercer Reich para decir que, como los nazis y sus indignas acciones, los escraches son malos por definición olvidándose de matizar que los nazis no acudían a las casas de los judíos, comunistas o gitanos precisamente para pedir un cambio de ley. Pero lejos de la discusión sobre el proceder de los escraches ha quedado demostrada la efectividad de la palabra nazi como insulto tremendo: al que la utiliza le otorga un poderío certificador, como de sellado, mientras el que la escucha, en el impacto, siente que le juzgan a él y no sus ideas o causas. De esta forma el PP desvía la atención sobre los actos de escraches del mismo modo que torpemente los propios escraches lo hacen sobre el verdadero problema que son los desahucios.

Pero lo peor es la frivolización del lenguaje en su desahogo y desvirtuar en forma de bomba de humo la mayor tragedia cometida por la humanidad contra la propia humanidad, donde la palabra pierde valor y el acto resulta secundario, como el que juega al "y tú más" con un concepto que nunca debiera utilizarse sino para juzgar el propio nazismo.