A veces uno se pregunta qué es lo que les enseñan a los estudiantes en las Facultades de Económicas a juzgar por lo éxitos clamorosos que cosechan en la gestión de las finanzas, que están llevando el sistema a la quiebra. Cómo puede ser que un reconocido economista como Luis de Guindos, ministro de Economía, no haya solucionado todavía los problemas, tal como aseguraba cuando estaba en la oposición. ¿Creerá que sus relatos fantásticos a los españoles se los van a creer en Europa?

Llama la atención la dialéctica entre empalagosa y arrogante de De Guindos al explicar sus fantasiosos planes, que se ve obligado a modificar continuamente por no ser creíbles para las autoridades europeas. Contrastando su actitud ante los organismos europeos que le pasan examen riguroso permanentemente, cosechando frecuentes varapalos ante los humillantes y poco objetivos informes de las temibles agencias privadas de clasificación, sin querer entender que sus evaluaciones son determinantes a la hora de aplicar las normas que deciden los criterios de los mercados a los que les preocupa muy poco el juicio de las autoridades españolas.

El mensaje de aparente fortaleza que emiten las autoridades españolas ante la población para no causar alarma es grotesco. La depresión económica a la que nos han llevado las exigencias de los burócratas de la CE, el incontrolable déficit fiscal a pesar de los recortes severos de gasto y la locura que supone los incrementos de impuestos, la permanente indecisión sobre si se producirá un nuevo rescate, o la seguridad con la que se manifestó De Guindos cuando manifestó que no se crearía un banco malo o que las reformas que se están haciendo van a crear empleo, medidas todas ellas que producirán una fase de crecimiento y se lograría controlar el déficit que proviene de la inoperancia y de la falta de coraje de los rectores que poseen tantos conocimientos teóricos, pero que adolecen de la suficiente determinación para implantar medidas.

Los acontecimientos les rebasan: en Europa les obligan a presentar el proyecto de presupuestos para testarlos porque no se fían del rigor, ya que pecan de un optimismo suicida, pues descubren de inmediato las incongruencias que contienen. Los responsables de la gestión van a remolque porque no pueden dar abasto ante tanto problema que existe, pero otra cosa supone afrontarlos por el riesgo electoral que los políticos no quieren asumir por sus consecuencias.