No hay futuro sin memoria
Lo siento. Hay cosas ante las que uno no puede callar. Siento además que no debo. El caso es que llevo unos días (tras mi intervención en el programa de ETB Euskadi pregunta, donde yo le cuestionaba a la candidata de EH Bildu, Laura Mintegi, por su proyecto futuro en relación a las víctimas de ETA) escuchando en conversaciones al respecto con cuadrilla, compañeros de universidad o amigos, una frase que me ha movido a escribir estas líneas: "No podemos estar con lo mismo siempre. Hay que pasar página y pensar en el futuro".
Dicho así puede parecer sano tal enunciado; incluso deseable. Y en cierta forma lo comparto. Pero ojo, señoras y señores. Porque a mí me da mucho miedo lo que esa frase bien podría encerrar. Porque si pasar página significa olvidar el drama y el terror que se han dado aquí durante largos años, entonces no sirve.
Es más. Si pretendemos construir un futuro, olvidando lo ocurrido, ese futuro será entonces una casa construida sobre cimientos podridos que se derrumbará tarde o temprano. Un edificio levantado sobre heridas abiertas lo tumbará cualquier leve brisa de desencuentros que pudieran darse en adelante. Y ese futuro no servirá para convivir en una sociedad sana y nueva. Ya cometimos ese error tremendo en la transición y de aquellos polvos estos lodos.
No hay futuro sin reconocimiento y sin memoria. Sin dejar una constancia tangible, veraz y completa del horror, no podremos nunca aprender nosotros ni enseñar a nuestros hijos lo que nunca debe repetirse. Lo que nunca debió ocurrir.
Y hablo de la memoria de todos, de discurso cansino y caducado. Porque no vale eso de sufrir solo los dolores de unos y no los del vecino. Esa doble moral no es admisible. Da igual de qué lado de la valla venga la violencia, o la tortura, o el secuestro, o la extorsión. Da igual que la sigla sea ETA o sea GAL. Todo es la misma mierda.
Quien no sepa cómo materializar en la práctica ese concepto de memoria, que viaje, por ejemplo, a Berlín y se dé un paseo por los numerosos museos que hablan del dolor. De todo el dolor. De todos los sufrimientos. Repletos de material audiovisual. Para que todo el mundo recuerde lo que allí un día aconteció. Y para que podamos aprender de los errores cometidos. Y no repetirlos jamás.
Esos museos donde ahora, cuando nosotros los visitamos después de los años, nos horrorizamos y se nos revuelven las tripas de rabia y de amargura. De tristeza. Y nos preguntamos ¿pero cómo pudo pasar todo aquello?, ¿pero cómo pudo pasar?...