Hace no mucho tiempo el jefe del Estado español -elegido a dedo por un dictador para sucederle--, en una reunión con otros jefes de Estado y gobierno y dirigiéndose al que en aquel momento intervenía, al escuchar algo que no le gustó del interviniente le reprobó en tono agrio: "¿Por qué no te callas?".

Más recientemente, en el Parlamento español -que en teoría es la sede donde reside la soberanía y las libertades de un pueblo-, en el turno de palabras de algún miembro de la oposición, que censuraba cómo las medidas económicas que aplicaba el gobierno del PP aumentaban el paro, una diputada castellonense de ese grupo y refiriéndose a -los parados- le replicó con grosería y desprecio: "¡Que se jodan".

Hace unas semanas, otro ilustre parlamentario creo que del Partido Popular gallego con edad suficiente edad para no decir tonterías, volvió a sorprendernos con una gran burrada del libro: "Las leyes y las mujeres están para violarlas".

Por último, la semana pasada todo un ministro de Educación, que tendrá un montón de títulos académicos pero poca educación, tratando de frenar el creciente incremento del sentimiento nacionalista de los catalanes, lanzó la última perla verbal diciendo: "Habrá que españolizar a los niños catalanes".

La verdad es que escuchando semejantes despropósitos de los dirigentes de un país en creciente banca rota, lleno de corruptos, tramposos, facinerosos y sin ningún crédito, a pesar de los esfuerzos por demostrar lo contrario, cualquier mortal de a pie se puede preguntar: ¿En manos de qué calaña de dirigentes estamos?

Cualquier político demócrata que es como se autotitulan los que dirigen destinos del país en el que vivimos, aunque algunos no nos sintamos parte de él, aparte de medir lo que dicen en público, tienen que ser un ejemplo de mesura y esas reflexiones en voz alta a los que somos discrepantes, cada vez nos reafirman más en que vamos lentos y firmes por el camino correcto y que los mentirosos sin recorrido se descubren a ellos mismos.