EL triunfo de Hugo Chávez en las presidenciales venezolanas confirma que su ya larga presidencia -de culminar el próximo mandato alcanzaría las dos décadas- mantiene un elevadísimo respaldo popular que resulta insospechado desde un análisis de su perfil autoritario y populista. Pero del mismo modo que no cabe negar que las peculiaridades de la personalidad de Chávez tienen reflejo en su régimen y suponen limitaciones a la democracia tal y como esta es entendida desde las posiciones occidentales, tampoco es posible obviar los avances que sus políticas han supuesto para millones de venezolanos en materias esenciales -educación, sanidad...- y en la estandarización de una mejor calidad vital. Son esos avances los que le han permitido dejar en evidencia a las encuestas -cada vez menos fiables, por dirigidas, en cualquier ámbito electoral- que anunciaban horquillas ajustadísimas, y mantener el apoyo del 54% de los votantes (7.444.082) y más de diez puntos de ventaja sobre el opositor Henrique Capriles (44% y 6.251.544 votantes). Sin embargo, Chávez tampoco puede ignorar la realidad de las urnas. Con seis puntos más de participación (81% frente al 74%) que en 2007, solo ha incrementado sus apoyos en 140.000 votantes, perdiendo más de ocho puntos porcentuales (del 62,8% al 54,4%) mientras que Capriles ha sumado casi dos millones de votos más que el anterior candidato opositor, Manuel Rosales, elevando el 36% de votos emitidos logrado por aquel hasta el 44%. Cierto que el cáncer que se le diagnosticó y del que está siendo tratado Chávez ha condicionado su campaña, pero también lo es que ha utilizado todos los resortes del poder a su alcance, incluyendo una comparecencia pública en plena jornada de reflexión para apuntalar sus apoyos. La polarización en Venezuela, en cualquier caso, es evidente y quizás por primera vez se empieza a percibir la posibilidad de un cambio que incluso se intuye en las calmadas reacciones a los resultados. Las dudas sobre la salud de Chávez, el hecho de que la Constitución venezolana marque la obligación de convocar nuevas elecciones si el presidente fallece en los primeros cuatro años de mandato y la confirmación de Capriles como alternativa así parecen indicarlo. Siempre, claro, que mantenga unida a una oposición excesivamente heterogénea.