EL lehendakari, por fin, ha dado a conocer la fecha de la convocatoria electoral que cierra un ciclo agotado y da paso a una nueva legislatura. Una legislatura que va a desarrollarse en un nuevo escenario político. Un escenario, por añorado no menos novedoso y esperanzador, pero que requiere de una adecuada respuesta para responder a las expectativas que el mismo suscita.
Desde la Transición, durante toda la época Estatutaria, la violencia de ETA y la estrategia de su brazo político, la Izquierda Aber-tzale, han condicionado la vida de muchas personas, las relaciones políticas, la convivencia ciudadana? y obligado a la política a desenvolverse en un clima de anormalidad y confrontación al que el transcurso del tiempo nos ha habituado. La actitud ante ETA y sus desmanes, el enquistamiento de posiciones o la negación de la existencia de problema político nacional alguno son, desde distintas posiciones, claros ejemplos de una época a superar.
El fin de la violencia con una ETA en extinción y, sobre todo, la emancipación de la IA y su apuesta por la utilización exclusiva de las vías políticas -no en razón de una autocrítica ni en base al arrepentimiento de los males causados, sino en las más contundentes como la propia supervivencia en juego por su ausencia institucional- representa un cambio radical en el panorama vasco y, con independencia de las razones que lo hayan motivado, supone la desaparición del elemento desestabilizador por excelencia del País y en consecuencia una situación inédita desde la perspectiva política y social.
Es cierto que a ese mundo le quedan pasos por dar, como la disolución de ETA, un rechazo ético, no estratégico, de la violencia, la renuncia a actitudes intimidatorias -como los recientes carteles aparecidos en Donostia más propios de un pasado a desterrar- o el respeto a las decisiones mayoritarias en las instituciones que dirige; pero no cabe duda de que nos encontramos en un estadio diferente, que tendrá, está teniendo ya, sus consecuencias en el panorama político.
En primer lugar la asunción por todos, siquiera en el plano teórico, de unas mismas reglas de juego y la recuperación de la proporcionalidad entre sociología electoral y representación institucional, aspectos claves para un ejercicio normalizado de la política. En segundo lugar la reordenación del mapa partidario en base a cuatro grandes fuerzas políticas -PNV y Sortu en el campo nacionalista, PSE y PP en el estatal- simplificando el tratamiento de los problemas y su negociación. Por último la recomposición del nacionalismo en dos bloques -el Nacionalismo Histórico y la Izquierda Abertzale- superando una fragmentación excesiva que le debilitaba.
Significativos cambios, que posibilitarán una relación más amplia y heterogénea de los partidos, conllevará un abanico más abierto a la hora de las alianzas institucionales, en las políticas públicas e incluso con toda probabilidad en la relación nacionalismo-estatalismo. Es decir, nos situaremos en condiciones homologables a cualquier país desarrollado en el ejercicio de la acción institucional y en la resolución de los problemas, unos comunes a nuestro entorno y otros específicos que nos aquejan.
El nuevo escenario debe permitir superar la situación de permanente conflicto característico de la política vasca y asentar un estadio de paz y tolerancia. Y para ello no vale un listado de buenas intenciones. Se precisan acuerdos básicos en los aspectos que regulan los derechos individuales y colectivos. Como señalábamos en artículos anteriores, un Nuevo Acuerdo Vasco que constituya el punto de encuentro de una mayoría sustancial de la población y un Pacto con el Estado que garantice su cumplimiento, constituirían un firme soporte para una relación más fluida entre las distintas sensibilidades que normalice la política y para la superación de las heridas que años de enfrentamiento han generado. Acuerdos, sin duda, facilitadores del imprescindible entre los agentes políticos, económicos y sociales para responder a la situación de crisis con medidas que generen la reactivación económica y garanticen la cohesión social.
Quizás hablar de acuerdos y de colaboración en un escenario electoral más proclive a la diferenciación y al enfrentamiento pueda tildarse de ingenuo. Es cierto que asistiremos a la lógica confrontación de las posiciones tácticas y estratégicas y, con toda probabilidad, a una exacerbación del discurso político demasiadas veces dirigido a los sectores más próximos. Pero la lógica de la confrontación electoral no debiera hacernos olvidar que a partir del 22 de octubre próximo, con los resultados que salgan de las urnas, las fuerzas sociales y políticas vascas iniciaran una legislatura en la que tocará hacer política para el conjunto de la sociedad y en un escenario concreto.
Pues bien, nos encontramos en un momento, quizás equiparable al estatutario, que no podemos desperdiciar. Entonces mediante el acuerdo ampliamente mayoritario se pusieron los cimientos de la constitución política y del autogobierno vascos, que a pesar de su tortuoso desarrollo ha supuesto un hito en nuestra moderna historia. Ahora nos encontramos ante la oportunidad de finalizar con éxito una transición inacabada, de incrementar la satisfacción con nuestro estatus político y de avanzar en la cohesión de nuestra comunidad nacional. No la desaprovechemos.