EL tema de las actuaciones de lasfuerzas de seguridad es uno de losverdaderos vía crucis jurídicos.Toda la estructura policial, militar,y en general gubernamental, resulta sometidaa toda clase de recelos, de enemigos yde tendencias negativas. En nuestra sociedadproliferan como los hongos las posturasácratas que ven con satisfacción quecada cual haga lo que le venga en gana, gritee insulte, destroce bienes públicos y privados,sin respetar la paz, la seguridad y losderechos de los demás y sin aceptar en elfondo que, dados nuestros defectos y nuestroegoísmo, es imprescindible una fuerzapública que frene tales fechorías y que, llegadala ocasión, nos defienda...

Parto de algo para mí elemental. Ni la policía,ni las fuerzas armadas, ni ninguna delas demás instituciones, aun cuando seanlos jueces y fiscales, pueden funcionar coneficacia si no son estimadas y respetadaspor la ciudadanía. Esto es algo axiomático,pero en lo que nuestra sociedad, a lo que seve a diario, deja bastante que desear. Sinembargo esa estima y ese respeto no sedeben gratis a las instituciones, pues ciertoes que el ciudadano no va tenerles estimani respeto, piensen lo que piensen los miembrosy cargos de las mismas, si no se loganan con una conducta de servicio real ala ciudadanía, con conciencia eficaz, y conductaconsiguiente, de que están al serviciode esta y no contra ella, como parece venirsesuponiendo ampliamente en algunaszonas el Estado.

Prestigio, ‘auctoritas’

Pues bien, no solo los jueces, sino todas lasinstituciones -también las fuerzas armadasy por supuesto la policía, sea o no la Ertzaintza-tienen que gozar socialmente deprestigio, de auctoritas, si queremos quecumplan su función adecuadamente. ¿Cómova a funcionar bien, por ejemplo, una policíaque siempre está en el ojo maligno de losmedios y, por tanto, de la ciudadanía? ¿Cómova a dedicarse con esfuerzo e ilusión adefender a los ciudadanos, si presiente queestos no pueden ni verla? Y ¿cómo va a dejarde estar sometida a esa mirada maliciosa,si funciona con arbitrariedad o con desproporción,si no se examinan con transparenciasus eventuales errores, si no se pone cotoa cualquier exceso o desmán?

Pero no es lo mismo funcionar arbitraria o desproporcionadamente que lanzarse a talacusación por principio, como es frecuente.Hay algunas personas, organizaciones ymedios que parecen pensar en unas fuerzasde seguridad ejerciendo su función sin lamás mínima violencia. ¡Vamos, con ramosde flores! Sería estupendo si las situacionesante las que han de reaccionar fueran, porlo general, medianamente respetuosas,carentes de insultos y de provocacionesintencionadas y sin la menor clase de elementosmás o menos guerrilleros.

Estoy convencido de que a la gran mayoríade los miembros de estos Cuerpos lesagradaría incomparablemente más encontrarsecon una ciudadanía responsable, envez de verse ante una resistencia tenaz yviolenta que les obligue a cargar. Pero ciertasaglomeraciones de protesta nada tienenque ver con el ejercicio de un derecho legítimo,respetable y democráticamente necesariocomo es el de manifestación. Se tratamás bien de conductas anárquicas fascistoidespor más que se nos quiera hacer veren ocasiones lo contrario.

Por ello hay un punto en que no puedoestar de acuerdo con el cúmulo de intervencionesen los medios de comunicacióncomentando en forma variopinta pero, enlo que he visto, generalmente muy negativa,el fallecimiento del ciudadano IñigoCabacas por la actuación de la Ertzaintza.No digo que no se investigue el hecho y meparece obvio que la investigación la debanllevar a cabo personas o autoridades en loposible independientes, porque con el CancillerLópez de Ayala creo que “matar así unomne non es juego de un piñón”. (Rimadode Palacio, copla 608); se trata de un hechoprofundamente lamentable. Pero eso no justificaque, a priori, se hable de responsabilidadesde la policía ni de sus mandos, ni seconsidere la acción como un delito, cuando tiene toda la pinta, al menos a primera vista,de haber sido un desgraciado accidente.

Ya sé que puede haber también imprudencia,desproporción y otras circunstanciasnegativas que podrían ser indicios dehecho delictivo. Estamos acostumbrados sinembargo a ver con pasividad e indiferenciamanifestaciones de gentes que aprovechanlos movimientos de masas para hacer todaclase de barbaridades, provocando e insultandoa la policía. Y luego, todos, medios yciudadanos, nos dedicamos a hacer correrríos de tinta o chorros de palabrería paraimputar automáticamente, como algo obvioy sin el menor rigor a la policía, toda clasede desaciertos y hasta de delitos. ¡Pues no!Esta conducta es también culpable del deterioroinstitucional. Es frívola, a mi entendercon frecuencia mal intencionada, y porlo tanto rechazable.

El fenómeno de la riña

Para terminar, una breve reflexión. ¿Por quése centra toda la crítica en la policía y semira para otro lado en cuanto al gravísimohecho de que cada vez que se da un acontecimientobalompédico hay tumultos, riñas,y riesgo de daños personales de toda índole,hasta riesgo de la vida? Y no solo aquí.Lo cierto es que, pese a la generalidad delescandaloso fenómeno, no he oído una palabrade todo ello en el tsunami de insustancialverborrea, tertuliana, escrita y audiovidente,que hemos venido padeciendo -y,en algunos momentos, padecemos aún esporádicamente-en forma abrumadora sobreeste asunto.

Parece que el fútbol lo justifica todo: fichasmultimillonarias en medio de una crisiseconómica de cuidado, deudas de millonesa Hacienda impunes, ocupación de espaciosa destajo en los medios, abrumar a la ciudadaníacon cualesquiera chismes minúsculosdel espectáculo...

Y no me digan que es lo que pide el público,porque al público se le envenena, entreotras cosas, con lo que se le suministra enlos medios y en su agobiante y aburrida propaganda.Yo creo que es hora de despertar,a no ser que, dadas la acracia y la violenciaque aquejan a nuestra sociedad, se considerenequivocadamente todas estas cosas ylos vandalismos que originan, una forma deválvula de escape.