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El debate sobre la independencia

La voluntad actual de los pueblos constituye el derecho originario de secesión y formación de un Estado propio o integración con otros pueblos en un Estado común en sus diversas formas y si este debate se debe producir algún día, ¿por qué no hacerlo hoy?

A raíz de mi último artículo (DEIA, 21.5.12) he recibido, de palabra o por escrito, comentarios a favor y en contra, todos correctos, más o menos pertinentes, todos y siempre bienvenidos, referidos exclusivamente al segundo punto del título: la independencia.

Por supuesto, hoy por hoy, es imposible. La Constitución española no solo no la contempla, las Fuerzas Armadas actuarían en contra, conforme a "su misión": "defender su integridad territorial", la del Estado español (art. 8.1). Este no toma en cuenta que muchos vascos no votaron tal Constitución y que, por lo mismo, se sienten oprimidos por ella. Más de uno considera que un Estado de derecho auténticamente democrático debe incluir la posibilidad de secesión de sus partes. Lo que realmente me chocó en algún comentario, y naturalmente rechacé, fue que afirmara "la posibilidad y aun obligación del Gobierno de prohibir el debate" sobre el tema, que era el objetivo sugerido por mi artículo. ¡Hasta ahí podríamos llegar!

Apoyaba mi sugerencia en dos artículos recientes de la prensa que mostraban su preocupación ante la realidad de voluntad independentista en Cataluña y tal vez en Euskadi. El título de uno de ellos Delenda est Hispania, eco sin duda de la frase de Catón el Viejo, "Delenda est Carthago", "España ha de ser destruida", es elocuente. Así como el final de los dos: "Que las urnas nos pillen confesados" y "algún paso habrá que dar o el tsunami que viene nos arrastrará a todos". No fue casualidad que, a los cuatro días de mi artículo, saltara a todos los medios el pistoletazo del "SÍ a Escocia" independiente, lanzado por Alex Salmond, jefe del Gobierno autónomo de Escocia. Ya a principios de año, David Cameron, primer ministro británico, había permitido el referéndum del Parlamento escocés sobre el tema.

Entre las manifestaciones de la prensa del día siguiente, me llamó la atención la del ABC: "Escocia es una de las cuatro naciones del Reino Unido, unida a Inglaterra a través del Acta de la Unión de 1707". Supongo que las otras dos "naciones" son el País de Gales y el Ulster, lo que le queda de Irlanda, unida en 1800 por otra Acta, e independizada en 1922. Incluía también ABC el mensaje del conocido actor Sean Connery, "independentista acérrimo". Al día siguiente, el ABC se soltó el pelo en varias páginas: "Euskal-herría es una ficción", la "Tierra vasca que nunca existió", "La patria inventada", "Ikurriña, la bandera vizcaína que inventó Sabino Arana", "el euskera de ahora que solo tiene 44 años"... Nada nuevo. Pero ¿a qué viene tal reacción? Lo cierto es que hubo un hombre que formuló su conciencia política en una frase: "Euzkadi -las siete regiones vascas- es la patria de los vascos". Este lema resonó en muchas almas y corazones que solo reconocen la españolidad de su obligado carnet estatal. La ikurriña es hoy oficial en el País Vasco y un símbolo en toda Euskal Herria, por mucho que la izquierda abertzale se resistiera durante muchos años a aceptarla. La realidad no la cambian los papeles.

En mi artículo del 21 de mayo aludía a la necesidad de un cambio en la Constitución, nacida entre ruidos de sables y superada por los cambios de la sociedad estatal. Pocos días después, el 25, un catedrático de Derecho Constitucional entraba en la Cuarta Página de El País en la discusión sobre "La crisis del Estado autonómico", irreversible sin embargo, pero cuyo "principal defecto es la tendencia centrífuga" y cuyo "riesgo" es "la dispersión, el señuelo del confederalismo" (el nuevo Estatuto de Ibarretxe y del Parlamento Vasco). Por un momento llegué a pensar que el autor desembocaría en la propuesta de un Estado Unitario Federal. No; haciendo un hábil quiebro, empalma con la crisis de "unidad económica del Estado", para concluir que la necesidad del Estado es usar "los mecanismos federales, reforzadores de la unidad política del Estado", sin decir cuáles son estos.

No voy a decir que en la misma línea, pero sí con la misma preocupación -"la crisis nacional es más grave que la económica"-, y muy distinto lenguaje, otro conocido escritor, el martes, 5 de junio, en la misma Cuarta Página, centra el problema en la palabra tabú: la independencia vasca. Se trataría de acabar, de una vez por todas, con el "uso estratégico de la amenaza secesionista para lograr privilegios dentro de una estructura federal", "con lo que se nos convierte en rehenes del chantaje táctico de los nacionalistas". La solución sería "admitir, tanto en el plano político como en el jurídico, que la secesión de una parte del territorio es admisible para la decisión democrática". Así se taparía la boca a los nacionalistas y su chantaje. Ellos "se tentarían la ropa antes de apelar a esa posibilidad de secesión" y se desincentivaría así "su demanda que ahora es en gran parte retórica, insincera y chantajista". Por tanto, "¿modificamos ya la Constitución? Claro que no. Esa debería ser la estación de término de un proceso de secesión democrático, no su comienzo"; proceso para el que serían necesarias un montón de cosas. Es decir, nada de nada. Todo queda como está.

Pero hay más todavía. La Tercera de ABC, del día 9, se propone "hablar claro y alto sobre España", donde "no ha habido debates sobre lo fundamental, sino tertulias sobre lo accesorio", pues "sobre la mesa se encuentra una (única) concepción de España y la viabilidad de una (única) nación? Creímos que bastaba con elaborar una Constitución? Fuimos lo bastante ingenuos o lo bastante arrogantes? Esta crisis ha puesto de manifiesto la profunda adhesión al proyecto de 1978? Una de las averías más profundas de nuestra democracia (es) la pérdida de un sentido nacional? que tiene todo que ver con la defensa de una patria española común que, además de estar en la Constitución, debería encontrarse en la mentalidad de los ciudadanos?". Pero no lo está, en la mayoría de los vascos por lo menos. El papel ni la fuerza se imponen a los corazones, a la realidad viviente, activa.

Aduzco todos estos datos, inquietudes y preocupaciones que saltan a la prensa diaria, para insistir en mi petición de debate serio y profundo sobre la independencia de esta parte territorial del Estado. Debate desde todos sus aspectos, a favor y en contra, con sincera imparcialidad científica: qué se entiende por independencia política, ventajas y desventajas, sin miedos ni tabú alguno. Sin jugar con la palabra, ni esconder con ella o tras ella ideologías político-sociales ajenas a ella. Es decir, un debate que permita formarse una conciencia clara y fundada del sí o el no a la independencia, sin condiciones previas fuera del espíritu y uso de medios pacíficos y democráticos.

Soy de los que creen que un verdadero Estado de derecho debe incluir la libertad de secesión de los habitantes de partes de su territorio. Sin ella, tal Estado no sería auténticamente democrático. Soy de los que creen que la voluntad actual de los pueblos constituye el derecho originario de secesión y formación de un Estado propio o integración con otros pueblos en un Estado común en sus diversas formas: autonómica, federal, etc. Creo más en la verdad profunda de los mitos, innatos o necesarios en la naturaleza humana, que en las historiografías -porque solo tenemos historiografías, parciales todas- de una Historia jamás escrita.

Creo en la voluntad de un pueblo como Escocia que votará en referéndum el sí o el no a su independencia; pero solo los escoceses, no los ingleses ni todo el resto del Reino Unido; como votaron solo los kosovares, o solo los montenegrinos, o solo los lituanos en 1990 y 1991. Y creo en la mayoría democrática sin más: una persona, un voto. No a esas mayorías cualificadas de tres quintas o cuartas partes, como si el haber estado años sometidos a otros pueblos, mayores o más fuertes, diera a estos derechos ulteriores de dominio exigentes de dichas falsas mayorías cualificadas, cuando quizá han aguantado y sufrido demasiado tiempo los independentistas que ahora resultan mayoría en el referéndum.

Si este debate se debe hacer algún día, ¿por qué no hoy? Hay quienes se encargan de la crisis económica; existen otros para el debate particular que propongo. Llegará el tiempo en que el Estado de derecho conocido como España será auténticamente democrático y admitirá la autodeterminación o secesión de sus naciones o pueblos. Aclaremos mientras tanto las mentes y las conciencias. El País Vasco está, para bien o para mal, en continua campaña electoral. En 1990, los independentistas escoceses eran solo el 20%. Hoy, al comienzo de la campaña al sí a Escocia, la encuesta YouGov les da el 33%, frente al 57% del no y el 10% de indecisos. Pero el referéndum está previsto para otoño de 2014, casi dos años y medio de campaña. Que se haga siempre lo que quiera la mayoría, con conciencia clara de lo que elige.