VINCULADO al éxito deportivo de alcanzar su trigesimoctava final de Copa, la cuarta de los últimos veinte años, y a la constatación futbolística de que posee sobre el terreno de juego la capacidad de volver a ser el que fue, de que de nuevo se encuentra en disposición de disputar con más que meridiana solvencia títulos y competiciones, el Athletic reforzó el pasado martes, lo viene haciendo durante toda esta temporada, su capacidad de supervivencia como especie diferenciada en un deporte invadido de intereses de todo tipo, mediatizado por la inversión especulativa, la mercadotecnia y la artificialidad y en el que se ha llegado a tasar la esencia, lo genuino. No es tanto la clasificación para la final, que también, especialmente por la necesidad de que el club se convierta de nuevo en motor capaz de arrastrar a la sociedad hacia el imprescindible optimismo para remontar tiempos de crisis; sino el modo en que se consumó esta. El Athletic, es decir, el club; lo hizo desde la atención y la consideración al rival, del que se ganó el respeto, reconocido públicamente, cuando no la admiración por un comportamiento no tan ordinario entre clubs de distinta categoría y entidad en el hipermercantilizado y desconsiderado fútbol. El Athletic, es decir, el equipo; lo hizo con la deportividad que se resume en un gesto, el de Llorente consolando tras un gol al portero rival, Nauzet, y en la actitud general, en el propio hecho del esfuerzo por desplegar el mejor juego posible como óptimo reconocimiento a las cualidades del adversario. Y el Athletic, es decir, la afición, lo hizo desde la fiesta y la unidad en torno a sus jugadores pero al mismo tiempo desde el respeto y el comedimiento que siempre la han caracterizado, incluso al evitar algún conato de algarabía, y apartando puntuales y anecdóticos episodios no tan lejanos que, por suerte, no lograron empañar entonces la realidad rojiblanca. Todo como reflejo de un carácter, de un modo de hacer las cosas que, es preciso reconocer, conjuga el sello personal de su entrenador, Marcelo Bielsa, como insuperable continuación en lo deportivo de la promesa de recuperar el estilo propio, inimitable se diría, del Athletic que el hoy presidente, Josu Urrutia, proclamó cuando solicitó el apoyo de los socios en las urnas. Sólo desde ahí, desde ese dotar de condición imperecedera a la esencia que le ha distinguido durante más de un siglo de historia, el Athletic podrá seguir acudiendo a finales del modo en que lo hará el próximo mayo, en volandas de todo un pueblo. Pero, para ello, es preciso también que el compromiso de los jugadores, inobjetable en el césped, trascienda del verde y se sobreponga -siempre desde la lógica- a la segura intervención de aquellos que han convertido el fútbol en campo de la especulación, demostrándoles que la esencia, lo genuino, no tiene precio.