ALGUIEN quiere la muerte del ciclismo". Son palabras del sin lugar a dudas mayor campeón ciclista de todos los tiempos, el belga Eddy Merckx, tras conocer la sanción de dos años -de los que le quedarán por cumplir seis meses- impuesta por el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) al corredor español Alberto Contador 531 días después de que le fuera notificado, el 24 de agosto de 2010, un positivo por clembuterol en dos controles antidopaje efectuados no por casualidad durante la segunda jornada de descanso del Tour de ese año, el 21 de julio. Merckx, como casi siempre que habla de ciclismo, tiene razón. Que Alberto Contador es un ciclista de excepcionales cualidades está fuera de toda duda. Que además ha proporcionado con sus triunfos espectáculo a un deporte que vive de él, también es cierto. Como lo es que los controles efectuados ese día hallaron en la sangre de Contador rastros de clembuterol, sustancia incluida en la lista de productos prohibidos por la Unión Ciclista Internacional (UCI) y la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y cuya consideración y cuantificación como producto dopante no ha variado en la última revisión de la misma, efectuada el pasado 28 de setiembre. Esto es, que la ley -puesta en entredicho por varios casos e informes, aunque confirmada por otros casos e informes- marcaba el 21 de julio de 2010 y marca hoy los límites dentro de los cuales debe discurrir la competición ciclista. Y que, en virtud del principio de responsabilidad objetiva que el Código Mundial Antidopaje descarga en el deportista, correspondía a Contador velar porque los resultados de los controles a los que se sometía no sobrepasaran dichos límites. Se puede, con evidencias científicas incluso, cuestionar la justicia de la ley, pero no que la sanción de dos años impuesta al ciclista español se atenga a esta. Hacerlo en base a que Contador haya podido contar con mayor capacidad económica o mediática para entablar una contienda legal al respecto frente a las autoridades deportivas y antidopaje es, en realidad, poner en entredicho la igualdad ante la ley, en este caso deportiva, y en consecuencia adulterar la competición aún más de lo que ya lo está a través de los condicionantes económicos de los deportistas de élite, todos ellos profesionalizados de una u otra forma, o incluso de cuestiones de interés mediático u oportunidad política que también han influido en el caso Contador y en el modo en que este cumplirá finalmente su sanción. Que la AMA, la UCI y el TAS hayan extremado el celo no es tampoco ajeno a todo ello. Ni que siete de los diecisiete corredores que han subido al podio del Tour en la última década, doce de los veintitrés que lo han hecho en la Vuelta y 14 de los 24 en lograrlo en el Giro se hayan visto involucrados en algún caso o acusación de dopaje. De acuerdo, Merckx tiene razón, pero ¿quién es el que quiere la muerte del ciclismo?