LA Asamblea General del PNV celebrada este fin de semana en el BEC, aun no habiendo deparado sorpresas, ha supuesto en sí misma un punto de inflexión dentro de la larga trayectoria histórica de la formación jeltzale. La reelección por unanimidad de Iñigo Urkullu como presidente del EBB y la importante renovación de la Ejecutiva nacional marcan un hito en un momento que se presume difícil pero al mismo tiempo apasionante para el nacionalismo y para Euskadi en general. No cabe duda de que Urkullu sale más reforzado tras la Asamblea después de cuatro años al frente del partido, donde ha llevado las riendas con su proverbial prudencia y seriedad y se ha ganado la confianza de propios y extraños pese a que algunos creían que se trataba de un liderazgo temporal y transitorio. No solo no ha sido así, sino que se ha afianzado y ha conseguido una cohesión interna envidiable dadas las situaciones de otras formaciones del entorno, una más que esperanzadora proyección del partido en momentos difíciles tras haberle sido arrebatado buena parte del poder institucional y una inteligente labor tanto de gobierno como de oposición que ha sabido combinar la crítica y el control a las actuaciones de los distintos ejecutivos con la colaboración leal y propositiva y el acuerdo en asuntos estratégicos y que han redundado en el bienestar de Euskadi. Todo ello con el refrendo, elección tras elección, de la sociedad vasca, que ha avalado en las urnas esta forma de entender la política como forma de lograr el beneficio común de la sociedad. Vienen a reconocerlo todas las elecciones, las encuestas y hasta los propios rivales políticos. Es, en definitiva, lo que se denomina estilo PNV y que vuelve a confrontarse con los liderazgos, proyectos y modos de actuar políticos de las demás formaciones. La Asamblea General jeltzale, con la renovación efectuada y las líneas maestras de actuación trazadas y avaladas por la militancia, es en este sentido el pistoletazo de salida para un año crucial en el que las elecciones autonómicas son ya el horizonte ante la situación de un Gobierno vasco agonizante que está lastrando las posibilidades de recuperación de Euskadi. Lo dejó claro ayer el propio Iñigo Urkullu en su discurso tras su reelección: se trata de recuperar el tiempo perdido. Los retos son de gran envergadura, empezando por la grave crisis econónica y terminando por la consolidación de la convivencia y de una paz incipiente cuyo proceso sufrirá aún importantes baches -la detención el sábado de tres presuntos miembros de ETA armados y con material para fabricar explosivos es un claro ejemplo- y que algunos, como ha hecho el propio Gobierno López, tratarán de monopolizar arrogándose su éxito. Sin olvidar la reivindicación de la necesidad de un nuevo marco que ofrezca cabida para una ampliación del autogobierno vasco.