EL Gobierno de Patxi López afronta el último periodo de su legislatura tras haber confirmado durante los más de dos años y medio de mandato que las sospechas iniciales sobre su capacidad de gestión y liderazgo y para tomar medidas que ofrezcan salida a los problemas del país se hayan visto no solo absolutamente confirmadas, sino incluso sobrepasadas. El Ejecutivo actúa como un boxeador a punto de caer noqueado, dando puñetazos al aire sin atinar ni un solo golpe. Y lo peor es que quien debiera liderarlo -el lehendakari-, además de aplicar políticas equivocadas y sin recorrido, está ofreciendo una imagen de escaso sosiego y templanza. López es un manojo de nervios empeñado en una huida hacia adelante cuyo único fin es su propia supervivencia. Lo dijo el viernes en el encuentro que mantuvo con sus altos cargos: agotará la legislatura porque los socialistas son "resistentes". En esta apreciación y con este horizonte no es de extrañar que López patine prácticamente en cada una de sus intervenciones. En este sentido, esta semana ha ofrecido un cúmulo de hechos concatenados que deberían hacer saltar las alarmas. Comenzó López el lunes pidiendo cambios en la política penitenciaria apenas 40 horas después de la manifestación de la izquierda abertzale en favor de los presos. Lo cual le valió el rapapolvos de su socio preferente, el PP. "Se equivoca", le respondió Antonio Basagoiti, quien le va abandonando lenta pero inexorablemente a su suerte. Tanto, que no tienen problema alguno en recurrir, como hizo el martes la Diputación de Araba, una ley del gobierno, en este caso la de Emergencias. El clímax subió el miércoles, cuando Patxi López, desde la tribuna del Parlamento Vasco, propuso buscar una vía extraordinaria para subir impuestos en Euskadi al margen de lo que está establecido por las instituciones competentes para ello, es decir, las Diputaciones forales. Lo que supone un cuestionamiento extemporáneo y peligroso del entramado institucional vasco y de su funcionamiento, algo impropio del máximo representante institucional del país. Dado que su propuesta obtuvo el rechazo unánime, incluido, de nuevo, el de su socio preferente, López no tuvo más remedio que dar marcha atrás, intentando incluso renegar de su propio planteamiento. Además, la convocatoria de unas jornadas sobre convivencia en el "año de las culturas por la paz y la libertad" anunciada el mismo día por el lehendakari produce sentimientos entre el estupor y la incredulidad. Para acabar de rematar la semana, López se permitió dar por desaparecida a ETA y se arrogó sin rubor alguno el logro del fin de la violencia. Es evidente que la explotación del fin de ETA como "éxito" socialista y el cuestionamiento institucional foral van a ser los ejes sobre los que va a pivotar la política del Gobierno López hasta el fin de legislatura. Un bagaje paupérrimo.