UN desafiante y ruidoso grupo de sindicalistas -no todos ellos pertenecientes al sector del comercio- decidió ayer domingo no guardar fiesta y dedicó la mañana a protestar por la apertura al público de un reducido número de tiendas -en concreto, cuatro en Bilbao- en una jornada festiva. El problema es que la actitud de quienes se concentraron ayer ante los comercios que, amparados por la legalidad, quisieron abrir sus puertas no fue precisamente modélica. Ya se venía de una situación de tensión que había tenido lugar el pasado 18 de diciembre, último domingo antes de las fiestas navideñas y fecha elegida por algunos comercios para abrir y aprovechar el último tirón de las compras de cara a los regalos de Olentzero. Entonces, ya se produjeron algunas escenas desagradables que ayer se repitieron corregidas y aumentadas. Algunos miembros de estos piquetes se dedicaron, además de a producir un ruido ensordecedor que pretendía alejar a posibles clientes, a encararse, gritar e insultar a las personas que libremente decidieron entrar a los locales que estaban abiertos. Una actitud intolerable que generó altas dosis de tensión y cruce de palabras subidas de tono. Lo primero que hay que recordar es que tanto los comerciantes que deciden abrir en los días festivos establecidos como los clientes que acuden a comprar actúan amparados por la ley y en el ejercicio también legítimo de su libertad. Las coacciones, los insultos y los gestos amenazantes están fuera de lugar y no ayudan precisamente a que un conflicto de estas características pueda canalizarse por vías que exigen sensatez y sosiego. Es más, flaco favor hacen quienes así actúan a sus propias reivindicaciones. El objeto de la disputa es muy antiguo y continúa sin resolverse en términos de acuerdo. La ley permite a los comercios con locales de una superficie superior a los 150 metros cuadrados la apertura de ocho domingos o festivos al año, norma a la que se acogen algunas tiendas, aunque evidentemente no la mayoría, ni siquiera un número significativo. En todo caso, la preocupación de los sindicatos y trabajadores de los comercios -sobre todo de los más pequeños- está también legítimamente justificada en un sector en el que la precariedad laboral y las jornadas agotadoras son moneda común y donde la conciliación de la vida laboral y familiar resulta realmente complicada. De ahí que los sindicatos intenten atajar desde el primer momento cualquier intento de romper un statu quo que se ha venido dando a lo largo de los años sin que nadie quisiera -u osara- romperlo. Pero cualquier reivindicación legítima es incompatible con actitudes como las que se vivieron ayer en Bilbao. El choque de derechos -en este caso, de quienes quieren abrir y comprar y de los que exigen no trabajar en domingo- es habitual en muchas actividades y debe resolverse mediante el diálogo, el acuerdo, la tolerancia y el respeto a la ley y a la libertad.