HACE ya tiempo que las convocatorias de la izquierda abertzale tradicional evocan objetivos genéricos cuya transcendencia se mide en función de la coyuntura política. La de ayer en Bilbao tuvo como lema "Euskal Herriak konponbidea nahi du-Euskal Herria quiere una solución", anhelo que logró reunir a decenas de miles de personas por las calles de la capital vizcaina, en una cita que partía de la expectativa de que fuera "colosal". Pero por encima del eslogan, eran las presas y presos de ETA los verdaderos destinatarios de la demostración de músculo político que Bildu quería exteriorizar ayer y con el se quería lanzar a su propia militancia -aunque oficialmente se señalara que era Rajoy el destinatario del mensaje- de que el frente de las cárceles va a ser una de las principales prioridades de su trabajo político e institucional de los próximos años. No en vano, los presos se han convertido en el capítulo más sensible para la izquierda abertzale en este nuevo escenario sin lucha armada, acosados por la inhumana dispersión, por una legislación excepcional, injusta y anacrónica, y asediados por la gran incertidumbre de cómo va a producirse el final de su vida en la cárcel. Y señalados por la opinión pública en la medida en la que no se entendería que la nueva etapa que le toca encarar a la sociedad vasca no parta de una seria reflexión de los presos de ETA en torno a la lucha armada que han practicado de forma inmensamente cruel hasta hace bien poco, con una sincera autocrítica del daño causado durante 50 años. De ahí que resulte desalentador y profundamente negativo para abordar un nuevo tiempo en el que deberá cimentarse una convivencia rota por años de sufrimiento y violencia que aún perduren los llamamientos al cierre de filas, se aísle a las voces críticas y se prohíba la petición de perdón, tal y como está establecido en el boletín interno del EPKK que ha venido publicando DEIA en los últimos días. Sobre todo porque estos postulados se basan en adhesiones inquebrantables asumidas de forma acrítica, en la lealtad militarista más cercana al obligado cumplimiento del deber de obediencia y en la exclusión de quien piensa diferente. Efectivamente, la tarea que queda para el abordaje de estas cuestiones es colosal. Y en su resolución juega un papel determinante las expectativas que rodean a ese mundo; la otrora innegociable exigencia de la amnistía ya ha quedado aparcada por el más posibilista de "etxean nahi ditugu" en clave de acercamiento. Y está también la incógnita de cómo sostendrá la cúpula de ese colectivo la tensión de impedir la aceptación de los beneficios penitenciarios ante el humano deseo de poder salir en libertad. El éxito de la gran manifestación de ayer no puede obviar estas cuestiones. Ni Rajoy puede seguir dando la espalda a sus responsabilidades en esta cuestión mucho más.
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