LO único bueno que tiene la crisis económica que atenaza a media Europa, especialmente al Estado, es que ha obligado a replantearse todo. Dentro de esa reflexión obligada, irrumpe con fuerza una pregunta: ¿cuál es el papel de los sindicatos en una crisis como esta, para la que nadie parece tener un remedio efectivo que vaya más allá del efecto placebo de medidas cortoplacistas? La respuesta es compleja. En un panorama funesto para la clase trabajadora, en el que los despidos quiebran la tranquilidad de cientos de familias cada día y el número de parados rompe récords mes tras mes, parece que la principal misión de las centrales es procurar mantener los máximos puestos de trabajo. Y vigilar. Porque estos tiempos tan duros como inciertos podrían ser aprovechados por algunos patronos irresponsables y sin escrúpulos para aligerar costes laborales con la excusa de la crisis, que lo aguanta todo. Evitar estos fraudes también es misión sindical. Como lo es tratar de impedir la pérdida de derechos laborales que tantos años y sacrificio han costado. Esos planteamientos requieren un plus en una situación como la presente. Quizá al mismo nivel de urgencia que los objetivos anteriores, cabe plantear si los sindicatos no deben revisar sus formas, sus actitudes y su maximalismo; si no deben implicarse en la realidad desde dentro, no desde fuera; si el sindicato no tiene que ser también empresa, y la empresa sindicato. Cuando la canoa enfila hacia la catarata, que cada uno reme distinto no sirve de nada. Este planteamiento, quizá idílico o pecante de buenista, requiere plena confianza e intercambio de información. Todos los trabajadores y sindicatos deben ser conscientes de la verdadera realidad de cada empresa para entender, o no, los esfuerzos necesarios para salir adelante. Algo de esto parece estar calando en las dos centrales españolas. UGT y CC.OO. ultiman un acuerdo con Rajoy y la patronal que incluye postulados impensables hace unos meses: subidas salariales inferiores al IPC durante este año y el próximo -con una cláusula compensatoria para 2014-, moderación salarial -que no congelación- para no perder empleo, o la conversión de los empleos a tiempo completo en tiempo parcial de manera reflexiva y voluntaria. "En la disyuntiva de crecimiento salarial o mantenimiento del empleo nos quedamos decididamente con el mantenimiento del empleo", zanjó ayer Cándido Méndez, secretario general de UGT. La mayoría sindical vasca también tiene pendiente una reflexión sobre su papel y cómo hacer efectivo un marco vasco de relaciones laborales frente a la recentralización del absolutista PP. ELA, por ejemplo, parte con ventaja porque su financiación no depende del Estado, algo que sí sucede con UGT y CC.OO. La búsqueda de aliados parece imprescindible. Por responsabilidad. La capacidad para llegar a acuerdos que demostraron dirigentes históricos de ELA en otras crisis se presenta como la asignatura pendiente.