LA liberación del soldado israelí Guilad Shalit, su canje por 1.027 prisioneros palestinos, se debe entender sin lugar a dudas como un éxito, siquiera momentáneo y humanitario, de la multilateral, cautelosa y milimetrada mediación internacional en el conflicto de Oriente Medio, pero ello no debe llevar al error de considerarlo un avance en las relaciones entre las dos partes del perenne conflicto israelo-palestino. El acuerdo de intercambio entre el Gobierno de Benjamin Netanyahu y la organización Hamás, que como se ha demostrado finalmente era quien tenía poder de decisión sobre la suerte a correr por Shalit, únicamente se ha cerrado ahora por intereses concretos que benefician a ambos. Si Hamás no hubiese necesitado recuperar el protagonismo perdido como vanguardia de la causa palestina tras la ofensiva diplomática de Al Fatah con la presentación por Mahmud Abbas de la petición de reconocimiento de Palestina como Estado por la ONU, la organización islamista nunca se habría avenido a culminar un intercambio que ya antes y en al menos dos ocasiones ha terminado rechazando pese a que se planteaba en términos similares: la mayor parte de los 1.027 prisioneros que serán finalmente liberados son presos de conciencia o estaban cercanos a cumplir su condena y menos de un tercio pueden ser considerados combatientes o terroristas. Israel, por su lado, precisaba de un canje que matizara la imagen de intransigencia y de incapacidad para el diálogo y la negociación que ha venido ofreciendo ante la comunidad internacional en los últimos tiempos. Sin olvidar que más del 75% de la población hebrea se mostraba favorable al intercambio, pese a considerarlo un riesgo para la seguridad, tras cinco años y medio de cautiverio de Shalit y que el canje de prisioneros, incluso en cifras desproporcionadas, no es inédito para Tel Aviv, que lo ha practicado en media docena de ocasiones desde 1980. El regreso del soldado y la liberación del millar de presos palestinos, por tanto, no alterará la política del Gobierno del Likud. Aunque en un primer análisis pudiera incluso parecer que Netayahu contradice su tesis de permanente mano dura contra los palestinos, lo que pretende en realidad es darle continuidad, al menos a medio plazo, al fortalecer a Hamás y ahondar en la división palestina que permite el fraccionamiento e impide el control de la actividad armada, siquiera esporádica, sobre la que Israel razona la ocupación militar y demográfica de territorio. Solo si Tel Aviv, eliminado ya el principal motivo que esgrimía para el bloqueo de Gaza, decidiera finalmente anularlo o relajarlo -lo que en principio no se antoja inmediato- cabría estimar la liberación de Shalit como el primero de los pasos que podrían (y deberían) llevar a un escenario de distensión.
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