Palestina como Estado
Israel debe volver a sus raíces humanitarias, reflexionar las tragedias de su historia, Palestina, la OLP y Hamás, deben ponerse de acuerdo por lo menos en lo relativo a Israel. No hay atajos para la paz
NO ha existido nunca un Estado palestino. Esto no es razón para que no pueda y no deba existir. Es que tampoco ha existido un pueblo palestino hasta época muy reciente. Comenzando por el nombre, Palestina, no tiene nada que ver con dicho pueblo. Por uno de esos avatares de la historia, dos faraones, Mernefta, en 1230 a. C. y Ramsés III, en 1190 a. C., impidieron el desembarco a los Pueblos del Mar, una facción de la segunda migración indoeuropea hacia el Mediterráneo. Tras el rechazo, uno de esos pueblos recaló y se asentó en la costa, que hoy ocupa Gaza. Eran los Pelistim (en hebreo), los célebres filisteos. Las consonantes P L S T N dieron origen a lo que sería la Palestina (la Filistea), nombre que se extendió después a una región de límites cambiantes.
Por esos años, unas tribus hebreas que regresaban de Egipto y otras que habían quedado agazapadas en las partes altas de la región, pretendían realizar la Tierra Prometida por Dios a Abraham, hacia el 1700 a. C., según su tradición. Los anteriores pobladores, semitas occidentales a uno y otro lado del Jordán, desunidos en pequeños grupos independientes, sucumbieron al ímpetu místico de aquellas tribus que se creían guiadas por su Dios. David fue el héroe nacional que culminó la obra de 1010 al 970 a. C. Unificó las tribus y constituyó su gran Israel, con gran parte de Siria al norte, Damasco incluido, las tierras de Moabitas, Edomitas, Amonitas, en la parte oriental del Jordán y toda la occidental hasta el Mar Rojo. Con el tiempo, los anteriores pobladores se fueron asimilando o independizando.
Sin embargo, a partir del 721, y del 586, el gran Israel y toda la región, incluido el desierto arábigo, fue pasando a manos de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, los Ptolomeos egipcios, los Seléucidas sirios y por fin Roma, el 63 a. C., con todas sus consecuencias. Los judíos se rebelaron el 66 p. C.; vencidos, fueron expulsados de Israel. Fueron regresando y el 132 se rebelaron de nuevo. El 135, desterrados todos. El goteo de estudiosos judíos pacíficos no cesaría.
Cierta arabización de la comarca había comenzado, al otro lado del Jordán, con los Nabateos y Ghassanidas, desde el 600 pero siempre, después de Roma, bajo el Imperio de Bizanzio. Hasta que el califa Omar, después de la batalla de Yazmuk, toma Jerusalén el 640. La mezquita de la Roca y la Al-Aksa, las dos sobre la explanada del antiguo Templo judío de Jerusalén, se construyeron en el 691 y 692. Palestina y Siria estuvieron sometidas desde el 640 a los califas. El efímero Reino Latino de Jerusalén, bajo los cruzados, desde el 1110 al 1198. Después, bajo Saladino y los mamelucos, a los que siguió un enorme abandono. Desde 1517 a 1918, toda esa parte de Oriente Medio, perteneció al Imperio Otomano. Inglaterra y Francia, vencedores en la I Guerra Mundial, se repartieron la región y crearon las fronteras de Arabia Saudí, Irak, Transjordania, Siria y Líbano. En 1922, la Sociedad de Naciones pone Transjordania con Palestina bajo mandato británico hasta 1948. El pueblo palestino como tal ni existía, ni pintaba nada.
La Palestina moderna comienza cuando en 1882 se crea la primera granja judía cerca de Jaffa. En 1896, el intelectual judío austro-húngaro, Th. Herzl, había publicado El Estado judío porque ni la Ilustración ni la Revolución francesa ni el affaire Dreyfus pudieron acabar con la interesada necesidad del sionismo, y el pueblo judío quería volver a no ser inferior ni distinto en su propia tierra de hacía tres mil años. Ya no era un goteo de estudiosos judíos, sino migraciones en regla que recompraban sus tierras mediante la Agencia y Banca judías, ya antes de que los nazis lograran el poder. Después del Holocausto y la II Guerra Mundial, miles de judíos centroeuropeos pasaron el Atlántico o realizaron el nuevo Exodus. Los británicos se ven desbordados y dejan el asunto a la ONU. Esto divide el país: un Estado judío y otro palestino (1947). El 14 de mayo del 48, salido el último soldado inglés, Ben Gurion proclama en Jerusalén el nuevo Estado de Israel. Los países árabes, Egipto, Arabia Saudí, Irak, Transjordania y Siria le declaran la guerra. Israel sale muy ventajoso; los países árabes, humillados, juran arrojar a Israel al mar. El pueblo palestino no contaba.
Diez años después, estudiante en Jerusalén, diez años antes de la guerra de 1967, contemplé la prosperidad de un Estado moderno y el abandono y casi miseria de un pueblo árabe. En todos los Kibbutzim que visité y en los que trabajé -más de ocho horas al día, siete días a la semana y treinta al mes-, el deseo de paz, de un Estado palestino, era unánime. Aunque no fuera más que por una razón convincente al más corto: el 80% de su trabajo iba a sostener una potencia militar capaz de frenar a los cinco o seis países de su entorno. Los israelitas querían disfrutar de la vida y del fruto de su trabajo organizado.
A mi juicio, fue Arafat quien, con Al-Fatah (1965), principal movimiento palestino como tal, crea la conciencia de pueblo, de nación palestina. El que sus milicias sean echadas de Egipto, de Transjordania, de Siria y por fin también de Líbano, hasta refugiarse en Túnez, convence a los palestinos de quién es su defensor. Rabat nombra a Arafat único representante del Pueblo palestino y, como tal, es saludado en la ONU en 1974. También él querrá todavía "echar los judíos al mar".
Por otra parte, Israel, con la ocupación del territorio árabe, su obsesión por la seguridad frente a los atentados, comienza a dilapidar su patrimonio de único país democrático y tolerante en todo Oriente Medio. La opinión internacional inclina la balanza de la justicia del lado palestino, un pueblo ocupado, sometido, indefenso. ¿Se han cambiado los papeles? Con todo, Israel, tras la guerra del Yôm Kippur (1973), con Menachem Beguin -el antiguo jefe del terrorista Irgum-, al frente del gobierno, fue capaz de devolver a Egipto la península del Sinaí, disolver las colonias e instalaciones industriales, retirar las tropas que ocupaban la parte derecha del Canal de Suez y firmar un Tratado de Paz (1979) con Saddat, que sería asesinado por los Hermanos Musulmanes en 1981.
En 1987 surge Hamás, movimiento de resistencia islamista como una rama o a imitación de los Hermanos Musulmanes. Exige la observancia integral del Corán y de la tradición islámica. Respecto a Israel, su objetivo es "echarlo al mar". Ese mismo año tiene lugar la Primera Intifada en la que Hamás tiene gran parte como movilizador de masas. Por lo que fuere, al año siguiente Arafat reconoce al menos implícitamente al Estado de Israel. Se acercan las posiciones. La diplomacia funciona: Madrid, Oslo, Washington. Arafat por una parte, y por la otra Yitzhak Rabin, general y jefe de Estado Mayor en la guerra de 1967, jefe del Partido Laborista y primer ministro, con su jefe de la diplomacia, Shimon Peres, alcanzan el acuerdo de autonomía en los territorios ocupados: Cisjordania y Gaza, en 1993. Los tres, Premio Nobel de la Paz en 1994; año en que Israel firma otra paz. Ya son dos: Egipto y Jordania.
Parecería funcionar el "cuanto mejor, peor". Los atentados terroristas de Hamás ponen en ridículo a los pacifistas israelíes, sobre todo, entre los colonos judíos. Un extremista israelí asesina al año siguiente a Rabin. De nuevo parecen estar las espadas en alto. Todavía está, sin embargo, el laborismo israelí en el poder. Clinton acerca en Camp David a Arafat y Ehud Barak, a quienes no queda más que firmar lo ya acordado, lo que una vez fue posible, lo más y mejor para las dos partes. Arafat, que ya anteriormente, en su versatilidad política, apoyó en la II Guerra del Golfo (1990-91) a Saddam Hussein, el enemigo más fuerte que queda a Israel, comete otro error inexplicable: No firma el acuerdo. Como si fuera la señal, estalla la segunda Intifada. ¿Otro indicio de que Arafat busca más su gloria que el bien de su pueblo? Explicaría su enorme torpeza.
No es justificación. También es explicable el error de la derechización radical de la sociedad israelí, a la que seguirían los errores nefastos de los gobiernos del Likud de Sharom y Netanyahu: la progresión de las colonias, las limitaciones de libertad en los territorios ocupados y a los árabe-israelíes dentro de Israel. Pero los males parecen encadenarse y no hay dos sin tres. Israel se cansó de Gaza y la entregó a los palestinos. Se fue el ejército, desmanteló las colonias. ¿No era lo que buscaban los palestinos? Hamás liquidó por las malas a todos los representantes y fuerzas de Al-Fatah. Dueño y señor de Gaza, se dedica a hacer todo el daño posible a Israel con lluvia continua de cohetes, que provocan las reacciones israelíes. Y, lo peor de todo, o ¿acaso lo mejor? Israel se fue de Gaza unilateralmente. ¿Qué le pasaría si hiciera lo mismo en Cisjordania?
Evidentemente, por mil razones, el Estado palestino es necesario y lo antes posible, de manera racional y humana. Israel debe volver a sus raíces humanitarias, reflexionar las tragedias de su historia, recordar a sus grandes hombres que necesitaron libertad para sobresalir y que supieron decir basta a su papel de víctimas, sin hacer otras. Palestina, la OLP y Hamas, debe ponerse de acuerdo previamente por lo menos en lo relativo a Israel. No hay atajos para la paz. Si los dos Estados no se basan en un acuerdo concreto de paz, comprometido a resolver sólo pacíficamente posibles flecos pendientes, la serie de guerras 1948, 1956, 1967, 1973, tendrá números y números... de muertos, de huérfanos, de recursos gastados en matar, no en desarrollar las potencialidades de toda la humanidad. El apoyo y control de la ONU es indispensable.