SI son ustedes aficionados a los cómics, e incluso si no lo son, puede que hayan oído hablar últimamente de Mike Meyer. Meyer, de 48 años, vecino de Granite City, Illinois, y discapacitado mental, trabaja a media jornada en una cadena de hamburgueserías. Sin familia ni muchas amistades, la principal afición de Meyer son los cómics de Superman, de los que había reunido con los años una colección valorada en miles de dólares, además de numerosos objetos de coleccionista relacionados con el Hombre de Acero.

El pasado mes de agosto, un compañero de trabajo le oyó hablar de su hobby. En los siguientes días simuló hacerse su amigo y logró ganarse su confianza. Visitó varias veces la residencia de Meyer y tuvo oportunidad de inspeccionar la colección. En la última visita, mientras Meyer veía una película en el salón, entró en su habitación y se las apañó para huir con cómics y objetos valorados en 5.000 dólares. Desde entonces se encuentra en paradero desconocido.

La noticia ha conmovido al círculo de fans de los cómics, que han iniciado una campaña para reponer a Meyer los ejemplares perdidos (unos 1.800). Reconozco que a mí también me ha conmovido. Las razones son diversas: la situación desvalida de la víctima: discapacitado y solitario; el engaño del ladrón, que creó a Meyer la ilusión de que tenía un amigo… Pero por encima de eso, lo que toca la fibra sensible es el material robado. Los cómics, y en especial los de Superman, se asocian con la inocencia, la imaginación y la ilusión. A ese hombre no sólo le han robado objetos de colección, sino un asidero emocional, su medio para evadirse de un mundo que probablemente le satisface poco. Si le hubieran robado dinero o joyas dejadas en herencia por sus padres, la noticia no nos impresionaría tanto. La expresión "robarle un caramelo a un niño" se queda corta en este caso.