EL triunfo de Igor Antón ayer en la Gran Vía bilbaina, treinta y tres años después de que Txomin Perurena venciera en Donostia en la anterior etapa de la Vuelta que finalizó en nuestro país, sitúan al de Galdakao en un lugar preferente de la historia del ciclismo vasco, el del cuarto corredor euskaldun -tras nada menos que Langarica (1946), Perurena (1966) y Lasa (1972)- que levanta los brazos en Bilbao y el quinto -Nazabal lo hizo en Urkiola (1977)- en apuntarse la victoria en Bizkaia. Pero, sobre todo y especialmente, por el diseño y trabajo que ha llevado a la misma, confirma la trayectoria de un equipo que en sus dieciocho años de vida ha pasado de escuadra menor que ocupaba el puesto 32º del ranking en 1994 y no tenía acceso a las grandes carreras a situarse incluso entre los diez mejores conjuntos del pelotón mundial, que disputa la general de las grandes rondas, con un campeón olímpico en sus filas y capaz de concatenar esta misma temporada triunfos en el Giro (el propio Antón y Mikel Nieve), en el Tour (Samuel Sánchez) y ayer en la Vuelta. La victoria en Bilbao tiene, además, el valor añadido de haberse conseguido en casa y frente a la adversidad de una carrera que se torció muy pronto para el propio Antón y para el equipo naranja y que finalmente se endereza con la etapa más buscada y la clasificación de Nieve entre los diez primeros de la general; como si fuera una traslación al asfalto de la propia vida del equipo naranja, una metáfora de quienes están acostumbrados a rehacerse y remontar al éxito una y otra vez ya desde que Agustín Sagasti, en aquel primer año de 1994 y junto al Santuario de Loiola, lograra el bautismo del triunfo para el grupo que desde su nacimiento y aun hoy tutela Miguel Madariaga. Quizás incluso más importante, al levantar los brazos en la Gran Vía y señalar el logotipo de Euskaltel-Euskadi que cruzaba su pecho, Igor Antón confirmaba que el proyecto nacido hace casi dos décadas de la mano de la Diputación Foral de Bizkaia y que ha contado con apoyos de las principales instituciones de nuestro país -además del incondicional de una afición tan masiva como entendida y entregada- no solo tiene la historia de sus 160 victorias, que se dice pronto, y el presente de las siete conseguidas este año, sino un futuro que se apoya además en la única estructura ciclista que controla, dirige y encauza hacia la élite a la todavía fructífera cantera vasca, en una labor evidentemente necesaria. No es que el ciclismo vasco se deba limitar a un solo proyecto, pero en tiempos de crisis, tanto económica como ciclista, sí es preciso asegurar que al menos ese proyecto siga vigente y pueda mantener su sitio en la élite internacional para ofrecer una imagen de país efectivo, esforzado y exitoso que también se distingue ya por su otro color, el naranja de la afición que sigue y jalea a Euskaltel-Euskadi.
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