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Indignantes e indignados

La crisis exhíbe a un PP obsesionado en retornar al poder, que olvida su gran responsabilidad en el desastre financiero y en clara contradicción con la nueva forma de hacer política que han demandado millones de personas en torno al 15-M

LaS situaciones difíciles, complicadas, límites, esconden una virtud: desnudan por completo a las personas y muestran lo bueno o malo que anida en su interior. No hay radiografía mejor ni más exacta del verdadero calado de alguien, o algo, que el ofrecido en un momento extremo. El delicadísimo trago económico que digieren España, Italia y Europa en general ha retratado con nitidez la altura de ciertos políticos y partidos del Estado. Mientras unos se afanan en que el barco común no se hunda, otros solo exhiben, casi de forma pornográfica, su obsesión desatada por aferrar el timón. Sin comprender que sin barco no hay timón. Cristóbal Montoro, portavoz de Economía -para más inri- del Partido Popular, no tuvo ayer otra ocurrencia que pedir a Zapatero que adelante el adelanto electoral. Argumenta Montoro que no hacerlo alimenta la desconfianza y la vulnerabilidad de la economía ante los mercados. La ridiculez de algunos dirigentes raya lo obsceno y contribuye generosamente a que la ciudadanía cada vez sienta, sí, más vulnerabilidad y desconfianza ante semejante clase política. Haría bien el PP en callar y esperar su momento, que, si no sigue metiendo la pata, le llegará, y no por sus méritos, sino por los deméritos de un PSOE y un Zapatero a quienes haber obviado la crisis con tanto desdén costará el puesto. Rajoy y los suyos tienen poco que ofrecer para salir del agujero, tal como han demostrado todos estos meses. En cambio, sí tienen mucho que callar. El Partido Popular, padre del pelotazo urbanístico y de la burbuja inmobiliaria, puso todo de su parte mientras ejerció el poder para llegar donde se ha llegado. Que ahora actúe con tamaña desfachatez, como si la cosa no fuera con su formación, resulta indignante. Y esa indignación, y otras similares, moldean indignados. Precisamente ayer, la compañía Ipsos hizo público una estudio sobre el 15-M. Ocho de cada diez encuestados aseguran conocer qué es el citado movimiento y a qué responde. Esos ocho de cada diez serían, llevados al suelo, serían treinta millones de ciudadanos. Semejante nivel de conocimiento y penetración en la sociedad no es habitual en política. Tampoco lo es que cerca de ocho millones de personas aseguren que han participado de una forma activa en torno a esta inquietud. Dicho análisis señala que, para quienes respondieron, la causa de los indignados será el segundo asunto con más relevancia a corto plazo, solo superado por la reforma laboral. Comportamientos y partidos como el de Montoro, gobiernos y mandatos como el de Zapatero o López, y un sistema económico ingobernable y capaz de colocar ante el precipicio a la mismísima Europa ahuyentan la esperanza. Es tiempo para que dirigentes responsables, formados y audaces hagan su labor, y para que el resto de presuntos deje de tocar la pandereta en que se han convertido ese y este país.